Capítulo 22.

309 59 19
                                    

A la mañana siguiente, cuando subí al autobús de John, sólo me bastó una mirada para notar que la decisión ya había sido tomada. Fue como si de pronto todo en mi pecho desapareciera, creando un agujero negro que amenazaba con arrastrarme en él una vez que John se marchara. Pero lo peor fue tener que fingir que todo estaba muy bien. 

   —Ringo dijo que aceptaba —me dijo John un par de paradas después. Le sonreí un poco y fingí interesarme en lo que fuera que Ringo hubiera dicho—. Y prometió intentar convencer a George para que se una, aunque no estoy muy seguro con eso. Tú lo conoces mejor ¿Crees que acepte? 

   Quería decirle que no, que George no aceptaría ir a ningún sitio porque él tampoco iría a ningún sitio. La idea de obligarlo a quedarse conmigo parecía tentadora, pero en su lugar sólo me encogí de hombros y susurré—: Es decisión suya. 

   Creí que John notaría que me estaba muriendo por decirle la verdad que acababa de descubrir, que notaría que no quería dejarlo ir por nada del mundo. O mínimo que podría finalizar la conversación para sumergirnos en un silencio absoluto que me carcomería el interior, pero parecía tan feliz que no lo notó. 

   —¿Conoces a un buen guitarrista? Creo que podría convencer a George de tomar el bajo. 

   Le iba a contestar que no, claro que yo no conocía a ningún buen guitarrista, pero la mirada que me lanzó dejó al descubierto la verdadera pregunta, y entonces se me cortó el aire. Había pasado toda la noche ideando una y otra escena imposible de declaración de amor que terminaba con John en Liverpool conmigo para el resto de nuestras vidas, pero no me había aventurado a imaginar otras posibilidades. 

   John me estaba pidiendo, discretamente, que fuera con él. 

   Podría haberme arrojado a ese hoyo con él. Decirle que sí y seguirlo hasta el fin del mundo, volver a la música para encontrar un camino a él, pero una de las cartas de Y resonó en mi cabeza antes de hacerlo. 

   Ninguno de los dos tiene futuro en ello. Evita más decepciones. 

   Y sabía todo, era un extraño aliado que seguramente sabía cómo terminaría la incursión de John en Alemania, que se dejaba entrever en esa línea. 

   —¿Paul? —preguntó John, después de que yo me quedara callado un buen rato. Bajé la mirada a él, que estaba mirándome con un poco de miedo, con el sol golpeándolo directamente en el costado, dándole a su cabello un color absolutamente rubio. Sentí mi corazón presionando por la reafirmación de que me atraía más que cualquier otra persona, que estaba tan enamorado de él que no quería que nada ni nadie le hiciera daño. 

   —Lo pensaré. Creo que... conozco a alguien. 

   El autobús se detuvo justo a tiempo para que yo pudiera tomar mi mochila y salir corriendo de ahí antes de decir todo lo que estaba ocultando. 

   En mi mente parecía algo muy fácil; simplemente tomaría a John de los hombros, lo miraría a los ojos -sentiría mi cuerpo hacerse gelatina- y le diría que estaba enamorado de él, desde la raíz de su cabello hasta la planta de sus pies, y por eso no podía permitir que su vida se llenara decepción. Podría contarle sobre Y, sobre toda la ayuda que me había dado y que nunca se equivocaba, y entonces él se quedaría conmigo por siempre. 

   Pero no podía hacerle eso. No podía obligarlo a quedarse en un sitio que él no quería, con una persona que él no quería

Querido Paul. [McLennon]Where stories live. Discover now