Capítulo 24.

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Durante el siguiente mes, la idea de correr hacia Hamburgo a decirle a John que estaba enamorado de él me recorrió la cabeza de arriba a abajo, pero era algo estúpido y, de cualquier manera, estaba demasiado ocupado relacionándome con académicos como para considerar en abandonar todo por ese pequeño capricho. 

   Cada semana llegaba una carta de John, donde afirmaba estar bien, aunque no estaba muy seguro de que eso fuera cierto, puesto que daba muy pocos detalles sobre qué tan bien le estaba yendo a la banda. Sabía que si estuvieran triunfando, le faltarían hojas para expresarme que tenía razón todo ese tiempo. 

   A veces me sentía un poco mal por estar comenzando a triunfar en la vida académica, mientras John comía dos veces al día si su dinero se lo permitía. 

   Superé el rezago educativo que me habían dejado mis años en la música en poco tiempo, y lentamente mi habitación comenzó a llenarse de libros de literatura. Tuve que comenzar a usar gafas después de los primeros 10 libros, pero no terminaba de verme mal, y mi profesor decía que me veía mucho más intelectual, por lo que pocas veces me las quitaba. 

   —Paul —me dijo Mike, entrando a mi habitación—. Tu correo. 

   Me paré de mi escritorio prácticamente corriendo, deseando encontrar una carta de Y, que por alguna razón había dejado de escribirme. No era muy raro si consideraba los lapsos que separaban a sus antiguas cartas, pero conforme pasaban los días para la cena en Londres, comenzaba a darme cuenta de que deseaba que Y me dijera qué hacer. 

   Y se había convertido en un muy extraño amigo, al que le debía de dar un abrazo en cuanto descubriera quién era.  

   Sin embargo, en ese paquete de cartas no había nada de mi extraño amigo, pero sí mucha correspondencia de departamentos de la universidad, anunciándome las siguientes reuniones, debates y una que otra fiesta. Además, claro, de la típica carta semanal de John. 

   Arrojé las cartas hacia la bolsa donde estaba mi traje nuevo y solamente me quedé con la de John, que abrí rápidamente. 

Querido Paul:

Han cambiado un par de cosas desde mi última carta, por supuesto. Me encantaría estar a tu lado para cuando te des cuenta de que estoy escribiendo esta carta desde el hospital... ¡Oh, sí! ¡Ahí esta tu cara de horror, señor correcto! 

   Rodé los ojos ante la líneas de John, especialmente porque sabía que tenía razón y estaba muy alarmado. 

   En fin, adivina qué idiota consiguió un par de puntadas en la cabeza por meter su pene donde no debía. Antes de que comiences a dramatizar, quiero que sepas que se trataban de un buen par de pechos, como nunca lo has visto en su iglesia, St. Paulie. El punto de todo esto es... estaba en el baño con la chica, George entró y me dijo que si no salíamos en ese momento a tocar nos despedirían; me enojé un poquito, tú sabes. Salí con el asiento del baño colgando del cuello, y el novio de la chica sólo debió de seguir el rastro del idiota que olía a orines para darme un buen golpe. 

   No empaques tus cosas, cariño. Estoy muy bien, aunque mi nuca parece tener un cierre de pantalón en ella, pero por el lado bueno, todo esto nos valió unas pequeñas vacaciones que por supuesto retrasarán mi llegada a Liverpool. 

   ¿Qué tal todo en tu convento, princesa? 

   Con amor, y la cabeza rota, 

John.

Sonreí, a pesar de que estaba muy preocupado por John. Sabía que mientras su sentido del humor permaneciera intacto, todo iría bien con él. 

    Pero, a pesar de tener esa certeza, no podía dejar de extrañarlo como maldito loco. 

Querido Paul. [McLennon]Where stories live. Discover now