La realidad es un baile

1- Un día más

Cerré con bronca la puerta del mono ambiente en el que vivía.

El ascensor, viejo como la injusticia, tardaba siglos en llegar al piso 23. La

puerta hacía un chirrido insoportable que lo único que me generaba era ganas de golpearme la cabeza contra la botonera. Presioné el botón que me llevaba a la planta baja y suspiré. Otro día más sin usar la fórmula y=mx+b pensé sarcásticamente.

Al llegar a la planta baja, cerré un poco apurada la puerta del ascensor y me dirigí a la puerta principal. El olor a aromatizante de ambientes barato y vencido me descomponía. ¿Tanto cuesta comprar un perfume decente? murmuré.

-Lo mismo me pregunto yo...-contestó una voz masculina desde el fondo del pasillo.

Giré la cabeza asombrada y con un poco de vergüenza. Moría por saber quién tenía la osadía de responder así.

Para mi sorpresa, era el chico del piso 16. Me ha gustado desde que me mudé a este edificio nefasto. Es de estatura media, morocho y de ojos verdes. El volumen de sus cejas y la amplitud de su sonrisa eran simplemente la combinación perfecta.

Recordé que me había quedado pasmada y volví a la realidad. Fingí una risa.

El chico sonrió también. ¿Vos sos la que vive en el piso 23 no?

Sí, soy yo- dije convencida- y vos, en el 16, ¿no?

-Así es.- hizo una pausa por un instante.- Yo también creo que cada tanto deberían modernizar el aromatizante. El olor que emana es espantoso.

-¡Parece un cadáver en descomposición!- Respondí entre risas.

Nos quedamos riéndonos por un buen rato.

Bueno, tengo que ir a trabajar- dije un poco formal y con mala cara.

-Suerte en el trabajo, Lu.

Lo salude desde lejos con la mano y una leve sonrisa.

¿¡LU!? ¿Desde cuándo sabe mi nombre? ¡Juraría que pensaba que el no sabía que yo existía!

Dejé que la puerta se cerrara con el viento de la calle y caminé dos cuadras hasta la estación de subte. La calle estaba teñida de naranja por las hojas secas típicas de otoño que caían de los árboles.