Tom: Hombre sin lobo

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Habían pasado aproximadamente dos semanas desde que Abel llego a la casa de su manada original los Sang d'Argent y ahora conocido como Abel Sang d'Argent, todos en la hacienda donde vivían su padre y su hermano lo conocían pero aun no era tiempo de que el mundo supiera que el segundo hijo había vuelto con la manada y que había sobrevivido a la guerra interna hace más de 30 años.

— ¡Vamos hijo! ¡Yo sé que puedes cavar más hondo! — Con una sonrisa el padre de Abel, el gran Isaac Sang d'Argent veía como su hijo menor subía por el empinado suelo con una carretilla llena de tierra que el mismo Abel había cavado.

— Sigo sin entender... — La voz de Abel salía con una respiración honda al subir y caminar con la carretilla. — ¿Cómo esto me va hacer más fuerte?

— No solo te va hacer fuerte, también te dará resistencia y equilibrio en tu centro... — Con una sonrisa mostrando toda su dentadura el viejo sonrío viendo a su hijo hacer el entrenamiento que especialmente había hecho para él.

— Los primeros días entiendo lo de la meditación y tratar de conectar más profundamente con mi lobo. Pero cargar cubetas con cemento, esto de la carretilla, dormir parado o estar un largo tiempo de pie... ¿No crees...?

— No, esto es lo que necesitas...

— Dios, actúas como mi padre...— Dijo rodando sus ojos.

— ¡Soy tu padre, muchacho grosero! — Dijo dándole un golpe en la cabeza lo cual causó que el equilibrio de Abel con la carretilla se perdiera tirando toda la tierra.

— Recógela y llévala... — Con algunos gestos, el policía no dijo nada e hizo lo que su padre le había dicho, renegando mientras caminaba. — Por cierto, mañana podrás ver a Tom.

— ¡¿En serio?! — De la sorpresa, Abel no se percató que de nuevo había tirado la carretilla con toda la tierra que hace unos momentos había rejuntado, con un grito de berrinche, el jefe Isaac reía al ver a su hijo enojarse.

Al día siguiente, David y Abel llegaron a la prisión de la manada, un edificio donde tenían a prisioneras que hubieran atentado contra la manada o contra de algunos de sus aliados, allí habían cientos de cambiantes que pedían la cabeza de muchos de los aliados y de los mismos Isaac y David.

Mientras caminaban entre las celdas blancas, Abel miraba a todos lados y por donde quiera eran miradas y hombres sedientos de sangres.

— Todos ellos son salvajes y rengados, capaces de hacer cualquier cosa ya sea por cumplir sus deseos o por cualquier cantidad jugosa de dinero.

—Son enemigos de la manada. — Dijo algo preocupado. — ¿No es algo peligroso que tengas a tantos enemigos reunidos en un mismo lugar?

— Todas las cárceles tienen enemigos de la sociedad en un mismo lugar, es lo mismo aquí. Nuestras medidas de seguridad son muy efectivas. — Ambos hombres llegaron a una puerta donde tenía acceso solo con una tarjeta de seguridad que tenía David, rápidamente el mayor pasó la tarjeta abriendo la puerta donde daba a un pasillo. — Vas por este pasillo y encontraras una celda, ten cuidado es de plata pura y con un reforzamiento por métodos químicos, si haces contacto con los barrotes puedes quemarte de gravedad, así que ten cuidado... Tienes 15 minutos.

— Bien. Me llamas a mi celular cuando termine el tiempo hermano. — Abel sonreia confiado, David por su parte se veía extrañado.

— Sabes aun no me acostumbro, 30 años pensando que había pasado lo peor y ahora tenerte aquí hecho un hombre y que me llames tan feliz hermano, nunca me lo imaginé. Me alegra pero es extraño.

Sin Manada, Orígenes: Oliver & MaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora