Once años después

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El otoño había traído consigo el olor a manzanas con caramelo y leña, las hojas de los árboles caían una a una, y a veces en grupo, cuando una ráfaga de aire frío las arrancaba de las ramas. La mañana del primero de Septiembre, era tan tranquila como se podía esperar que fuera el día en que debían tomar el tren los alumnos de una misteriosa escuela. Un joven caminaba por las ruidosas calles de Londres, tomado de la mano de una niña y empujando un carrito, que llevaba una jaula con una lechuza blanca en la cima.

La estación de trenes estaba tan ruidosa y llena de vida, por personas que miraban con curiosidad a las dos personas que se habrían paso entre la multitud.

—¿Lista? —Preguntó él, sonriendo a la niña.

—Lista —Aseguró ella con una sonrisa idéntica a la del joven.

Ambos tomaron velocidad conforme se acercaban a la barrera, mirando a los muggles que había alrededor como si estuvieran haciendo alguna travesura y éstos no pudieran verles. Ninguno de los dos vaciló a la hora de atravesar, la niña cerró los ojos pero ningún golpe llegó. En cambio, aparecieron en una plataforma en la que había un letrero que exponía: "Plataforma 9 ¾".

El lugar se encontraba levemente obscurecido por el vapor que emanaba el tren. La niña se sujetó más al brazo del mayor mientras observaba las borrosas figuras que pasaban a su lado, el vapor no dejaba distinguir la cara de éstos. Él se volvió a ella y sonrió burlonamente.

—¿Tienes miedo?

—Claro que no —Respondió ella, levantando la barbilla orgullosa—. Yo no le temo a nada.

Una risita ligera brotó de los labios del mayor. Ambos caminaron hasta llegar a la entrada del tren. El expreso de Hogwarts se veía tan majestuoso como siempre. La niña miró a su alrededor, ya que el vapor se había despejado, sus ojos se iluminaron.

—¡Es grandioso! —Expresó con emoción—. ¡Hay muchos niños!

—Muchos amigos nuevos, ¿no es así? —Contestó, mirando todo con añoranza—. Solo no vuelvas con un novio a casa ¿estamos?

—¡Iug! A mí no me gustan esas cosas —Arrugó su pequeña nariz, haciendo una mueca de asco.

—Eso es lo que dices ahora pero en cuanto pongas un pie en Hogwarts todos irán a por ti, estoy seguro de eso.

—Espero que tus dotes de adivinación sean tan malos como dice el tío Ron —Se burló la niña—. Porque si no, me veré obligada a hacer uso de unas cuantas maldiciones.

—¡Nada de maldiciones jovencita! Te juro por Merlín que si recibo una lechuza por algo que hayas hecho te enviaré un vociferador muy vergonzoso. Además de que iré por ti hasta tú sala común a sacarte de la oreja.

—Bueno, bueno. Tú ganas —Aceptó ella.

—¿Qué hice yo para que salieras así? —Suspiró resignado.

—No me culpes —Se encogió de hombros, sonriendo divertida—. Es la herencia.

—¡Hey! ¡Yo no era un revoltoso!

—Eso dices ahora —Imitó—. La tía Mione no piensa igual que tú.

Iba a responder algo a eso pero no encontró argumento válido. Justo entonces alguien puso una mano en su hombro, distrayéndole.

—Vaya, vaya. Miren a quien tenemos aquí ¡Es Harry Potter!

—¡Tío Bill! —Chilló la niña.

—Oh, pero si es la pequeña Lily —Sonrió Bill, recibiendo el abrazo de oso de la hija de su amigo. Luego se separó y la midió con su mano—. ¡Cómo has crecido!

No me dejes irDonde viven las historias. Descúbrelo ahora