Quisiera...

934 117 10
                                    


Al día siguiente, Eileen y Harry se despidieron de los Weasley y emprendieron camino colina arriba, donde tomarían un traslador hacía su hogar. La niña no cabía en sí de la emoción. ¡Al fin conocería la casa de su hermana y su padre! Y sobre todo ¡En Edimburgo!

—¿Lista? —Preguntó Harry, mirando su reloj de pulsera—. En un minuto más.

—Super lista —Respondió ella—. ¡Muero de ganas por ver la casa al fin!

—¿Tanto la extrañaste? —Bromeó.

—Eh... sí.

—En 5...4...3...2...1...

Ambos tomaron el libro que actuaba de traslador en ese momento y Eileen volvió a sentir el tirón en el ombligo. Cayó de sentón nuevamente, esta vez sobre pasto verde.

¿Pasto? ¿Verde? ¿En Invierno?

—De nuevo te ha pasado —Dijo Harry, ayudándola a levantarse—. ¿Segura que estás bien?

—Por supuesto —Contestó, sacudiéndose el overol corto y abombado de mezclilla que vestía y las mangas de su blusa roja. Su cara era de total dignidad—. Solo estoy un poco empolvada.

—Bueno, si tú lo dices —Sonrió Harry—. Bienvenida a casa.

Eileen cobró conciencia de donde estaba y giró lentamente hacia un lado. La hermosa estructura escocesa hecha de piedra era de dos plantas y tenía detalles de la época, como chimeneas, cornisas, además de un jardín delantero muy amplio. Todo era verde en ese lugar, por así decirlo, ya que había muchas flores de colores.

—Bailey y yo hemos plantado algunas orquídeas, ojalá te gusten —Comentó el ojiverde, señalando una florecillas de un pálido purpura que lucían hermosas bajo una ventana.

—¡Me encantan!

Dio vueltas sobre sí misma, mirando todo con mucho detalle. Las altas ventanas brillaban con la luz tenue que el cielo grisáceo permitía. Al parecer todo estaba encantado para que la nieve no entrara y la temperatura fuera cálida, puesto que al ver la calle esta estaba completamente blanca. Aquella casa parecía una casa de muñecas, tenía puerta y ventanas blancas. ¡Era una casa como la que siempre soñó tener!

Corrió tras su padre, que le esperaba en el umbral y, al entrar, casi se desmaya.

El tapiz azul pálido contrastaba con el oscuro de la tapicería. Una chimenea crepitante calentaba la estancia y todo era tan alegre que le fascinaba. Aquella casa era como su padre, sencilla y acogedora.

—Vaya, al parecer alguien está haciendo de las suyas en la cocina —Escuchó que comentaba Harry y, en efecto, el olor a tarta le inundó los sentidos. Aspiró placenteramente, sintiendo que se le abría el apetito.

El ojiverde desapareció por una puerta, que suponía debía dar a la cocina. Se tomó su tiempo, mirando cada detalle del lugar. Había demasiadas fotos de Lily, de Harry y Lily, de Lily y los Weasley, de todos... menos de ella y Severus. Sin embargo, notó en la chimenea, junto a muchas otras fotos de su hermana, una foto que reconocería donde fuera.

Era ella.

Tenía el cabello agarrado en dos coletas y sonreía, un hoyito se asomaba entre la hilera de dientes disparejos. Sí, era ella. ¿Cómo lo sabía? Fácil. Llevaba el vestido rosa de muchos holanes que Severus tanto detestaba. Según su abuelo Albus había sido regalo suyo, más ahora sabía que había sido de Harry. Sólo su padre la quería ver vestida de muñequita. Sonrió, su padre sí pensaba en ella también y, aunque ese detalle estuviera allí, su hermana jamás lo había notado seguramente porque era de lo más distraída. Ahora que lo notaba, su abuelo le daba demasiados regalos...

No me dejes irDonde viven las historias. Descúbrelo ahora