El reencuentro

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Aquel treinta de Diciembre la nieve caía tranquilamente, amontonándose en las ramas de los abetos y formando montañas blancas en el suelo. Un solitario copo de agua cristalizada se tomó su tiempo en descender, aterrizando en una naricita pequeña y respingona, que estaba un poco roja por el frio. El color verde de los irises era brillante y hermoso, los ojitos expresivos hicieron el visco y arrugó la nariz, sacudiéndose la fría partícula con el dedo enfundado en un guante blanco.

—¿El Gran Comedor?

—Ajá.

Dumbledore tenía las manos sujetas en la espalda, mientras miraba el jardín lleno de nieve. Su barba lucía un poco más opaca que la blancura predominante y su túnica azul brillante contrastaba con el ambiente.

—¿Una cena romántica?

—Sip.

—¿Para dos?

—Para dos.

—No creo que...

—Yo creo que sí.

—¿Afrontaran las consecuencias?

—Completamente.

Lily jamás podría considerarse dudosa, si algo nacía en su mente, lo hacía y ya. Tomaba cada castigo con la barbilla en alto y hasta se enorgullecía de sus planes. Y recientemente lo había demostrado al darle un filtro amoroso, robado del armario de su padre, a Filch para que se le declarara a Madame Pince, que terminó en un armario con nada de ropa y un viejo celador encima al día siguiente. Sí, Lily portaba con orgullo el apellido Potter y hasta los merodeadores estarían orgullosos.

—Haré lo que pueda.

—¿Te habían dicho antes que eres el mejor abuelo del mundo?

El anciano sonrió afablemente. Por esa sonrisa y esa mirada todo valía la pena.

* * *

La puerta de Greamuld Place se abrió.

El pasillo de entrada estaba oscuro, así como el resto de la casa, que en general lucía tenebrosa. Claro que toda la propiedad había sido limpiada con anticipación para que sus habitantes estuvieran cómodos. Una figurita blanca y bajita salió de la penumbra.

—Bienvenido, señor —Dijo, haciendo una reverencia a las tres personas—. ¿Su viaje ha sido bueno?

—Hola Kreacher —Saludó Harry con alegría, sí, se alegraba de volver a verlo—. Sí, gracias.

El elfo no había cambiado nada, bueno, casi nada. Ya no llevaba una tela mugrienta cubriéndole, sino una limpia y el relicario de Regulus seguía reluciente, colgando de su huesudo cuello.

—Buenas tardes —Dijo Bailey, sonriéndole al elfo que lo miró con desconfianza.

—H-Hola —Saludó temerosa Eileen.

—Te presento a Eileen, Kreacher —Dijo Harry—. Es mi hija.

—Un placer conocer a la amita.

—Nos quedaremos aquí un par de días, espero no seamos una molestia.

—No amo, cómo cree.

—¿Todo ha estado bien?

—Sí, amo.

Harry asintió y miró el lugar con añoranza. Hacía mucho que no iba a esa casa, pues antes le abrumaban los recuerdos que le traía. Ahora en cambio, podía contra ellos. Los tres caminaron para ir a la salita, Eileen miró la cortina roja cerrada, que antaño cubría el retrato de Walburga Black. Un ruidito proveniente de ella le sobresaltó y se apresuró a tomar la mano de su padre, que le miró con una sonrisa divertida.

No me dejes irDonde viven las historias. Descúbrelo ahora