Prefacio

3.7K 270 26
                                    

El ojo del huracán, seguro en su interior pero su alrededor está precedido por el caótico girar del viento con el agua.

Prácticamente, la situación en la que estaba era similar al estar dentro del ojo de aquel fenómeno natural. El desierto en donde se desencadenaba una batalla campal, donde los disparos y gritos de gente corriendo y cubriéndose de las balas llenando mis oídos eran el alrededor del huracán.

Estaba en medio de ello, convirtiéndome en un blanco fácil de ser baleada.

Pero... el fuerte shock en el que me encontraba me impedía mover siquiera mis pies sobre la arena.

-¡Ayleen! -Escuché que alguien gritaba mi nombre detrás mío.

Y aún así no pude girarme, viendo a los soldados enemigos correr en mi dirección y apuntando con aquellas metralladoras hacia mí.

Si Dios había terminado con mi propósito... pues estaba lista para irme y encontrarme en el paraíso junto al gozo de mi Señor.

Sentí que había peleado la buena batalla, yendo como misionera a muchos lugares llevando Su Palabra.

Aunque...

-¡Rayos! -Aquella voz masculina se escuchó cercana, y sentí una fuerte mano cubierta de un guante de tela dura tomarme del brazo.

Mi cuerpo por inercia chocó contra otro que poseía un traje militar con un chaleco antibalas, el brazo de aquella persona rodeaba mis hombros cubriéndome del impacto de las balas.

Alcé mis ojos, y el capitán del escuadrón militar de USA disparaba a diestra y siniestra contra los soldados enemigos.

Mi mirada quedó clavada en el perfil de aquel hombre que estaba protegiéndome, entendí allí que Dios lo envió como una respuesta de que aún tenía que cumplir el propósito que me encomendó.

Cerré mis ojos y oculté mi rostro en su pecho, aferrándome a él para evitar caerme o ver siquiera aquel espectáculo de disparos.

Unos uniformados del escuadrón del capitán llegaron a socorrernos, haciendo retroceder al grupo enemigo de forma masiva.

-¡Capitán, se han retirado! -Avisó uno de ellos al llegar junto a nosotros.

El pelinegro se apartó de mí y clavó su avellana mirada en mis ojos sin tomar en cuenta lo dicho por su compañero, estaba mirándome con seriedad y preocupación.

-¿Estás bien? -Preguntó calmadamente para no exaltarme ni nada semejante.

No pude siquiera responder, la inconsciencia llegó mucho más rápido de lo pensado y me envolvió en la oscuridad.

Escucharlo gritar mi nombre fue lo último que mis oídos lograron percibir.

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

Sonidos de murmullos y pasos percibí luego de un tiempo largo en la inconsciencia, mis ojos lentamente se abrieron y pude darme cuenta que estaba en el área de enfermería de la base militar.

Lentamente me incorporé en la camilla y observé que el grupo de misioneros jóvenes con el que vine estaba afuera de la sala de emergencias, mi amiga y hermana en Cristo llamada Gwen fue la que entró a verme.

-¡Santo!, ¡¿estás bien Leen?! -Chilló preocupada mientras me revisaba a ver si encontraba una herida o algo que se le pareciera.

Sonreí levemente para tranquilizarla.- Sí, lo estoy... Dios me ha salvado.

-Sí, pero con mi ayuda también te salvaste, chica testaruda.

Ambas dirigimos la vista hacia el dueño de aquella voz, y me sorprendí de ver al capitán Wallace recostado del marco de la puerta y con los brazos cruzados sobre su pecho.

-Oh, ¿pretendes que te alabe acaso? -Espeté alzando una ceja con molestia, él y yo no nos llevábamos bien.

Un escéptico y una cristiana no congeniaban en el mismo lugar. Después de todo la luz no tiene comunión con las tinieblas.

Gwen dejó escapar una risita nerviosa de su boca.

-Yo... te veo después. -Y con total valentía se escabulló de la sala, dejándome con aquel arrogante hombre allí dentro.

Nuestras miradas chocaron con notorio desagrado desprendiendo de ambas, me hartaba siempre su cuestionamiento por mis creencias. Sinceramente no pensé que predicarle a militares iba a ser una cosa difícil.

Menos tratándose de alguien como él.

-Un gracias me merezco al menos, solamente agradeces a Dios pero a las personas que te rodean no les dices nada. -Soltó mordazmente entrecerrando sus ojos.

-Claro que lo hago, pero tú no me has dado motivos desde que llegué aquí para agradecerte o darte un gesto simpático. Tus argumentos contra mis creencias son la barrera que has puesto entre ambos. -Respondí con seriedad para bajarme de la camilla.

Pero apenas pisé el suelo, todo comenzó a darme vueltas y de no ser por las manos del hombre frente a mí que me sujetaron, ya hubiera estado besando el suelo.

-Tuviste una descompensación durante la batalla, el trauma que viviste te ocasionó una bajada de tensión. -Murmuró sujetándome de las manos para no dejarme caer.

Resoplé zafándome de su agarre y me senté en la camilla nuevamente con él aún frente a mí, sin despegar su mirada de mi persona.

Lo miré recelosa y exclamé.- ¿Qué pasa ahora?

Más él sólo se rió negando con la cabeza y giró sobre sus talones para irse de aquel lugar.

-Eres testaruda y gruñona, pero sinceramente... son cualidades adorables en ti.

Y se marchó tras decirme aquello, sin saber que mi corazón sufrió una reacción veloz por tales palabras.

¿Por qué me pasaba eso?

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆



¡Próximamente!







¡Dios les bendiga!

𝙷𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝙷𝚘𝚗𝚘𝚛 🔚 novela cristiana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora