Abrí la puerta y lo hice pasar, y al observar el interior abrió la boca con agradable sorpresa al ver los adornos y el mobiliario que teníamos. Empezó a dar brincos entusiasmado y cuando le dije que todo era de ambos, que podía usar libremente lo que quisiera, pegó un grito emocionado y fue a tirarse sobre el gran puf de pera color verde musgo que estaba en la sala. De ahí pasó a tomar los mandos de las consolas y los videojuegos, regando estos últimos por el piso. Tomó algunos adornos y se puso a jugar con ellos, hasta que quebró la orilla de uno, entonces lo soltó disimuladamente sobre un mueble y siguió escudriñando cada cosa que había en la sala del living.
Yo lo contemplé, sin poder asumir que lo que presenciaba era real; Loy siempre tan quisquilloso con el orden, y con cuidar todas sus cosas, ahora era un torbellino de energía, que en pocos minutos dejó echo un desastre todo el orden y pulcritud que teníamos allí.
Armándome de paciencia lo insté a que me ayudara a ordenar aquel caos, pero se quejó de necesitar ir al baño, le dije que fuera, y claro, no sabía dónde se encontraba; no lo recordaba.
Lo guié hasta allá y regresé a intentar ordenar el despelote que había quedado.
Lo oí gritar mi nombre desde el baño y corrí a ver qué pasaba.
—¡No hay confort! —me dijo.
—Saca uno de la gaveta del rincón —le respondí con un suspiro.
—¡Ya lo hallé! —gritó y escuché que movía algunas cosas.
Tardó demasiado en salir del baño, pero lo dejé tranquilo y aproveché para ir a la cocina y empezar a preparar algo para almorzar. Salió muy callado y con una sospechosa cara de inocente, me preguntó si podía ver televisión y fuimos de nuevo a la sala, se sentó en el sofá y me pidió poner un canal de dibujos animados.
—Ese no..., ese no... —me decía al ir pasando los canales infantiles, hasta que llegamos a uno en que estaban dando una animación de robots que peleaban en una batalla— ¡Ahí! ¡Déjalo ahí! —gritó emocionado.
Lo dejé allí, esperando que estuviera tranquilo un rato, y por las dudas me asomé al baño para revisar que estuviera todo en orden...
—¡¿Pero qué mierda pasó aquí?! —exclamé aturdido al ver el inmenso y desastroso reguero que había.
Las toallas estaban esparcidas desordenadamente por el piso, y varios rollos de papel higiénico habían sido desenroscados y estaban por todo el baño, metidos dentro de la taza y del lavamanos y colgando del sifón de la bañera. El piso estaba resbaloso y entonces vi los frascos de champú y jabón tirados a un rincón y su contenido esparcido bajo las toallas y el papel.
Limpié aquel desastre y me imaginaba poniendo a Loy sobre mis piernas y dándole unas cuantas nalgadas en su trasero, y cuando fui a pedirle explicaciones, me miró con cara traviesa:
—Quería jugar a las momias... —me dijo con aire inocente, mirando el piso y haciendo un puchero, tal vez seguro de que le llamaría la atención.
Yo no supe en ese momento qué decirle o qué hacer... él no era un niño; yo no estaba acostumbrado a los niños; jamás en todo el tiempo que estuvimos juntos se había comportado así, ni siquiera lejanamente semejante a eso; pero claro, ahora no era lo mismo; él se veía a sí mismo como un niño y no como el chico de 21 años que era.
Opté por tomarlo de la mano y llevarlo a nuestro cuarto, y lo paré junto al espejo de cuerpo completo que teníamos allí junto al clóset.
—¿Qué ves? —le pregunté.
—¿Soy yo? ¿Verdad? —dijo tocándose la cara con sus manos, mientras observaba su reflejo.
—Así es... No eres un niño; no puedes comportarte como tal —intenté explicarle.
—Tal vez solo soy más grande que el resto de los niños... —musitó y comenzó a sollozar y me sentí culpable.
—¿Cuántos años crees que tienes? —inquirí observándolo a los ojos.
Loy se miró una mano y trató de contar con los dedos, sin verse muy seguro de su cuenta, momentos después me mostró su mano con cuatro dedos... esa era la edad que creía tener.
—¿Cuatro? ¿Estás seguro? —volví a preguntar, y él volvió a mirarse la mano y abrió ahora el dedo pulgar mostrando sus cinco dedos, sin decir una palabra.
Pasé mi mano por mi rostro, deseando tener más paciencia. Suspiré hondo, mantuve la calma y le sonreí forzadamente.
—No hay problema. Sólo vuelve a ver tv a la sala —decidí que no había caso intentar de buenas a primeras que volviera a ser el mismo; recordé las recomendaciones del médico y ya no quise discutir con alguien que en su mente sólo era un pequeño.
Volví a la cocina, pues había dejado los vegetales a medio pelar sobre la mesada, y la hora ya estaba corriendo rápido con todo el ajetreo.
—¡Tengo hambre! —escuché a Loy gritar desde la sala, poco rato después.
Me apresuré cómo pude en tener todo listo y nos sentamos a comer. Lo observé como agarraba el servicio con todos los dedos, y cómo la comida se le escurría un poco hacia la ropa, cómo luego tomó un trozo de carne con las manos al no poderlo pinchar con el tenedor, y cómo fue dejando con su dedo algunos trocitos de vegetales a la orilla del plato.
—¿Porqué no te comes esos? —le pregunté intrigado, pues nunca había mencionado que ciertas verduras no le gustasen.
—No me gustan —respondió simplemente.
—¿Y por qué?
—No me gustan las comidas verdes ni las rojas —dijo mirando con desagrado lo que había dejado en el borde.
—Está bien, entonces por ahora no las comas —suspiré vencido, no quería lidiar con él.
Después de comer le indiqué que se lavara las manos y los dientes y le entregué en sus manos su cepillo.
—¡Es muy feo! —dijo mirándolo.
—Es un cepillo de dientes como cualquier otro —comenté.
—Quiero uno con monitos —musitó con un puchero.
—Te lo compraré luego, por ahora usa ese que es el que está disponible ¿de acuerdo?
—¿Lo prometes?
—Sí, pero lávate los dientes ya.
Así pasó el resto del día. Fue tan agotador que por primera vez agradecí en mi mente la paciencia de las madres.
De pasar de ser el novio de Loy, ahora era nada más que su niñero.
Por la noche, otro desastre hubo a la hora del baño, esta vez Loy regó todo el frasco de sales en la bañera y la espuma empezó a escapar de ella y cubrir el piso, pero él estaba feliz jugando dentro del agua, sin dejar que yo terminara de bañarlo adecuadamente.
Lo senté entre mis piernas, mientras secaba su cabello, claro y ondulado, voluminoso y rebelde. Loy se dejó hacer y se refregaba los ojos con las manos, por lo que intuí que ya tenía sueño. Le terminé de poner la pijama, la que también encontró muy fea, y ciertamente lo era, aunque al Loy normal le gustaba, y lo metí en la cama, arropándolo con cuidado.
—Léeme un cuento —me pidió de improviso con la voz algo adormilada, pillándome desprevenido.
—¿Cuento? —balbuceé, pensando en que no teníamos nada así en la casa.
—¿Por favor?
No pude negarme. Me senté al lado de la cama e improvisé lo primero que se me vino a la mente, al darle un final él me miró decepcionado.
—Es muy mala tu historia —dijo y se acomodó para dormir.
Por algún motivo eso me hizo dar ganas de reír, y me fui a acostar, pensando en el extraño día que estaba teniendo con mi novio.
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Criando A Mi Novio
Short StoryBrandon y Louis son novios y viven juntos desde hace dos años, pero un accidente provoca que Louis pierda la memoria y que crea que tiene sólo cuatro años... La vida de ambos cambiará cuando Brandon tenga que cuidar de su ahora infantil amado y sopo...