04

5.8K 444 153
                                    

Pasó la primera semana sin que yo me atreviera a ir a visitarlo; la culpa comenzaba a comerme por dentro, pero estaba seguro que mi decisión era la correcta.

A la segunda semana tampoco fui, me excusé a mi mismo; tenía cosas más urgentes qué hacer.

Un mes después, creí que ya sería capaz de enfrentarlo de nuevo, aunque sabía que ya no debía verlo como mi novio, sino sólo como un amigo o incluso menos que eso, después de todo, él ni siquiera sabía quién era yo.

Llegué al hospital y me hicieron pasar. Loy estaba sentado en el suelo de su cuarto, con pijama y descalzo, abrazándose las piernas y meciéndose a si mismo, mientras comentaba cosas para sí , pues no eran audibles.

Le pregunté al enfermero el porqué de esa conducta, y me respondió que puede ser causa del propio trastorno mental.

Me acerqué y lo saludé y me acuclillé a su lado.

—No quiero estar aquí —musitó bajito.

—Es para que te mejores —le respondí.

—Me abandonaste... —dijo y yo me sentí aún más culpable.

Me embargó la incomodidad de estar allí y quise huir, pero al mismo tiempo, pensé que era mejor verlo alegre y haciendo travesuras que verlo en ese estado. Claro que ninguno de esos estados era el "normal", el verdadero Loy ya no estaba y no sabía si algún día regresaría o quedaría perdido para siempre.

Me fui pronto, pero me quedé con cierta incertidumbre, de no saber si realmente fue lo mejor dejarlo allí.

Una semana después volví a visitarlo, y siempre mi esperanza era de que estuviera mejor; o que al menos me reconociera.

Pero lo hallé aún peor. Estaba sentado en un sillón, más bien despaturrado en el mismo, casi inmóvil, la mirada perdida y la saliva escurriendo por un costado de su boca.

Hablé con el personal para quejarme, no entendía porque él estaba así.

—Son los medicamentos —me dijeron.

Entendí que lo estaban dopando para tenerlo controlado, y no me gustó eso. Hablé con el médico y me dijo que era lo único que podían hacer, porque no respondía a ninguna terapia y no tenía ninguna lesión cerebral aparente que fuera la posible causa de su trastorno.

En ese momento tuve la plena convicción que en ese lugar Loy no se sanaría, ni volvería a ser el de antes; me arrepentí de haberlo dejado allí y quise llevármelo de vuelta a casa.

—Ya no es posible señor Lara. Usted firmó los documentos, es cierto, pero como no tiene ningún parentesco con él, ya no es posible que pueda retirarlo de este establecimiento. Además, usted mismo nos confirmó que él tiene conductas que pueden ser peligrosas para si mismo y para los demás, y que por lo mismo no se sentía capacitado para cuidar de él... ¿Esas fueron sus palabras, no es así?.

—Él es mi novio ¿Lo entiende?. Es mi pareja, hemos vivido juntos por más de dos años, creo que eso sí me da algún tipo de derecho... —respondí conteniéndome y disimulando mi disgusto.

—Aún así, y no es que lo estemos discriminando, son las normativas, es todo.

—Entonces ¿Me dice que no puedo hacer nada? —expresé molesto.

—Si quiere cambiarlo a otra institución donde le parezca que lo atenderán mejor, tendrá que buscar a algún familiar de él; pues me imagino que tendrá alguno —contestó con parsimoniosa voz.

Criando A Mi NovioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora