Némesis Capítulo 5

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Una multitud de aplausos y vítores resonó en los oídos de Lena. La chica empezó a forcejear para hacer que el borrego de Turs se levantara de encima suya. Turs volvió a mirar a Lena.

—¿Lo ves? Yo sabía lo que tenía que hacer.

Un fuerte gruñido lleno de frustración salió de Lena, mientras que con sus puños intentaba golpearle la cara, el pecho o cualquier parte del cuerpo de Turs que pudiera alcanzar. Su ira, hasta ahora controlada, se desató. Turs bloqueó todos sus golpes, la puso en pie sin demasiada ceremonia y la agarró por los hombros presionando la herida abierta. El dolor la traspasó, pero no gritó. Apretó su mandíbula y cerró los ojos con fuerza.

Turs fue consciente en ese momento de que había apretado sin querer la herida de Lena y apartó su mano con rapidez. Era digno de reconocer el mérito de la chica, ya que ni siquiera se había quejado.

—Bestia, engendro del demonio. Quítame las manos de encima.

Turs hizo caso omiso de la retahíla de insultos. Cogió a Lena por las caderas y la cargó sobre su hombro. Empezó a caminar, pero no le resultó demasiado fácil mantener la compostura, ya que la chica se retorcía, luchando por soltarse de él.

La estaba transportando como si fuera un saco de patatas. La cabeza de Lena colgaba sobre la espalda de Turs y por un momento creyó oír la voz de Cris gritando y maldiciendo, pero no pudo siquiera comprobarlo debido a la posición tan incómoda y primitiva en la que se encontraba. Eso la enfureció más todavía y en un arrebato de desesperación apretó los puños y empezó a darle puñetazos a Turs en la espalda.

—¡¡Suéltame!!.

Un sonoro "plaaass" se hizo eco entre la multitud.

—Ayyy hijo de...

—Lena, por cada puñetazo que me des, te daré un azote en el trasero. Así que tú decides; podemos pasarnos así hasta que lleguemos y te recuerdo que de aquí en adelante me debes obediencia.

—Tú no eres mi dueño —gritó Lena, apretando los labios

Turs la dejó en el suelo sin demasiados miramientos y miró a Lena con seriedad.

—Que te quede claro, de aquí en adelante acatarás mis órdenes sin rechistar. Me obedecerás en todo lo que te indique y harás y dirás todo lo que yo te mande. Comerás y dormirás cuando yo lo diga ¿Queda claro?

Lena respiró varias veces para controlarse. Cerró los ojos unos segundos y cuando los abrió, le dedicó a Turs la mirada más desagradable que era capaz de reflejar.

—En mi mundo esto se considera un delito. Nadie puede esclavizar a nadie.

—Te recuerdo, humana, que tú sola te pusiste en esta situación. Te ofrecí el privilegio y lo rechazaste. Decidiste luchar por tu libertad y perdiste. Sabías a dónde te llevaría todo esto, así que no puedes culparme de nada que tú no te hayas buscado.

—¿Por qué no me mataste?, ¿por qué me dejaste vivir? —Lena no esperó respuesta—. Claro, ahora lo entiendo. Eres un ser arrogante y lleno de malicia. Te regodeas infringiendo dolor a los demás. Bien, pues voy a decirte algo; a pesar de lo que pienses de mí, sí tengo honor y cumplo mi palabra, así que cumpliré el trato al que me he comprometido, pero que te quede muy clara una cosa: tú serás el dueño de mi persona, pero jamás lo serás de mi alma. Nunca te perteneceré por entero, porque por encima de todo me pertenezco a mí misma.

Lena cruzó los brazos sobre su pecho y levantó la barbilla. Fijó su mirada en un punto, ignorando a Turs.

—De aquí en adelante vestirás con otras ropas, las que corresponden a tu rango y posición. Éste es mi dormitorio. —Lena miró asombrada el lugar en el que se encontraba, no se había dado cuenta hacia dónde la llevaba—. Tú dormirás aquí —dijo Turs señalando una pequeña puerta que había al fondo.

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