0.- Prólogo

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Los pasillos del enorme Castillo del Cielo eran laberínticos, lleno de puertas de oro. Ore corría por aquellos pasillos con una puerta en mente, una puerta especial, las llamadas Grandes Puertas del Castillo del Cielo. Esa puerta significaba su libertad... y la del niño en sus brazos.

Ore no tenía intenciones de detenerse, y mucho menos si la vida de su hijo peligraba. Sólo pensaba en huir, huir y nunca volver a saber sobre la Jerarquía Divina, sobre los Reyes, sobre Él. Quería huir. Necesitaba huir. Si era posible fuera de los Límites del Mundo Divino.

Pero un viaje hasta esos lugares iba a ser difícil, y más para un Ángel que podía ser el más buscado en todo el Mundo Origen. Y confiar en los Demonios para que le dieran asilo, era como confiar en... demonios. Además debía buscar a Marzys, su esposa, la cual debería de encontrarse ya en la Cascada de los Deseos en el borde del Mundo Divino.

Mientras Ore estaba en el Castillo del Cielo pensando a donde debía ir después de salir, se llevó una desagradable sorpresa, dos de sus antiguos amigos se encontraban en medio del pasillo en el que se hallaban las Grandes Puertas. "Demonios", pensó, observando el pasillo esperando que sus antiguos amigos se largaran de ahí, pero lo único que obtuvo fue que lo vieran.

-Ore -exclamó uno de ellos con una falsa sonrisa-, mi viejo amigo. Que alegría verte.

"A mi no me alegra, la verdad", pensó Ore, lleno de ganas de soltar esas palabras, pero se las trago, diciendo en cambio:

-Yo igual, Devian -Ore hablaba con ganas de lanzar cuchillos en lugar de palabras-. Se me hace extraño verte a estas horas por aquí.

-Vamos Ore deberías tener mejores excusas para huir -dijo el otro Ángel con menos cortesía que el otro-. Sabemos perfectamente lo que pretendes.

"Creo que él tiene razón", pensó Ore, arrepintiendo de haber hablado, y más aún porque Devian y Adro, el otro Ángel, eran los más experimentados en lo que respectaba saber si alguien mentía.

-Bueno -continuó Adro, mientras se acercaba a Ore y, detrás de él, iba Devian-, si no tienes palabras, entrega al niño.

La palabra "niño" hizo reaccionar a Ore de sus pensamientos. Rápidamente corrió en dirección de la salida, de la puerta. De una patada la abrió haciendo sonar un estruendo en los pasillos del Castillo del Cielo. "No importa si viene todo el ejército de los Dioses, debe sobrevivir este niño, mi hijo", pensó Ore, mirando a través de las Grandes Puertas.

Su vista, un vasto y profundo cielo nocturno, lleno de estrellas como millones de luciérnagas, unas más grandes que otras, con una enorme y brillante luna gris platino como protagonista de ese cielo nocturno.

-Atrapen al traidor -gritó Devian y Adro a la vez, y a sus espaldas salieron unos cincuenta Ángeles de entre las sombras con un pequeño destello a la caza de Ore. Más de la mitad de ellos llevaban arcos y, sin dudar, Ore se lanzó por las Grandes Puertas hacia el oscuro cielo iluminado por una ráfaga de flechas mientras él las esquivaba con una gran agilidad.

****

Sigonard estaba en uno de los largos pasillos del Castillo del Averno, su castillo, esperando a Marzys. "Vaya que tarda", pensó, con la paciencia algo acabada. Y, al cabo de un rato, vio a Marzys corriendo con decenas de Demonios detrás de ella. Sigonard invoco su ada'am, Lanrefrim.

La espada tenía un lado con un filo recto y el otro con un filo de sierra. Además poseía un guarda con dos pequeños filos en ella, más precisamente en las puntas. Cabe resaltar que en la espada abundaban distintas tonalidades de rojos.

Sigonard tenía una sonrisa en el rostro, pero rápidamente se esfumo al ver que Marzys llevaba la mano derecha sujetando su abdomen del mismo lado.

El Legado Divino #PHAWARDSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora