Capítulo Extra

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¿Sabes qué se siente al perder un ser querido? Significa mucho más que la palabra "dolor". Lo peor, es saber que no te despediste de esa persona. Algo se destroza dentro de ti sintiéndote culpable. Te hundes en la soledad, al rincón de la miseria de tu habitación.

Tienes a tus familiares y amistades que te dicen que lo superes, lo olvides... que no fue tu culpa. Sé que ellos también tienen en su pecho ese dolor que los atormenta cada noche, sólo que no lo expresan.

Sebastián no era cualquier amigo, él era más que eso. La última vez que nos comunicamos, fue cuando le envié un mensaje de texto. Qué cobarde fui al no llamarle por no escuchar mi tono de voz sensible por la situación.

Ha pasado un año ya. Cada día es un sufrimiento, me recuerdo "No me despedí de él..." y me invade el sentimiento de culpa, de nuevo. Es un ritual para recordarlo: una tortura.

Celeste, mi prometida, trata de animarme. Me aprieta la mano, seguido de un beso casto en los labios, diciendo que se va a preparar mi comida preferida.

He pasado un año de dolor, tristeza, pena y al verla salir de la habitación me pregunto por primera vez ¿Cómo estará ella? ¿Sufrirá, igual que yo, por Sophia? ¿Qué he hecho por ella durante este año? La respuesta a esto último era simple, nada. Había decidido lanzarme al abismo, olvidándome de mi pareja y familia, pero ahí estaba ella: sosteniendo mi mano para no caer al abismo.

El dos de agosto del 2012 nos permitimos llorar. El diez, fue el entierro donde la vi más vulnerable. Su reacción al ver cómo enterraban la tumba de la pareja fue inesperado.

—¡Debí ir con ella! ¡Debimos rescatarlos! —gritaba de dolor al caer de rodillas en el césped. Corrí hacia ella para abrazarla y consolarla.

Celeste entra a la habitación regalándome una de sus sonrisas encantadoras junto a una pizca de tristeza. Observo con detenimiento su rostro, las ojeras que presenta y sus cabellos despeinados.

—Te ves hermosa —le sonrío—. Perdón, no estuve para ti. Estabas ahí, pero no me daba cuenta. Yo... lo lamento, en serio.

Deja la bandeja de comida en el tocador más cercano, para luego caminar hacia la cama. Se recuesta como una niña queriendo sentir el calor humano. Paso mis dedos entre sus cabellos, mirándola fijo a los ojos.

—Permítete llorar por última vez —suelto sin pensarlo—. No podemos culparnos siempre.

Antes de cerrar sus ojos, lágrimas caen por sus mejillas. Su cuerpo se acerca más al mío y aprovecho para abrazarla. Imágenes de los sucesos de ese día vienen a mi mente: el día en que nos conocimos los cuatro, nuestros viajes, las fiestas a las que fuimos, los días familiares.

—Los extraño, César —me busca con su mirada—. No sé si pueda despedirme de ellos.

La apego más a mi cuerpo quedándonos en la misma posición unos minutos más. Abrimos nuestros sentimientos, emociones frente al otro dejándonos descubiertos a la verdad. No somos vulnerables por mostrarnos sensibles, estamos siendo valientes al no huir y dejarnos caer.

Un te quiero no es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora