11. Junta médica

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Martes.

El Dr. Marcelo Álvarez recorría la sala de espera de un lado al otro. Estaba nervioso. En pocos minutos más conocería al equipo médico del Instituto.

Marcelo había iniciado, apenas acabada la universidad, una carrera de investigador que le había otorgado un merecida fama entre sus compañeros de estudio y colegas de la universidad.

Esto era un paso adelante. Ahora por fin podría enfrentarse a un grupo de reconocidos terapeutas para plantearles sus ideas sobre los diferentes tipos de autismos, esquizofrenias y todas las relaciones que había encontrado en su corta carrera como investigador.

Aunque estaba realmente ilusionado por el futuro que se auguraba, no podía desenredar ese nudo que sentía en su estómago.

"¿Por qué los nervios?" se interrogó. "Debo pensar en algo que me tranquilice. Algo que me resulte familiar", se ordenó sin dejar de recorrer la sala de espera.

"Las primeras clases sobre psicopatología de adultos", por ejemplo. Lo fascinante que le parecieron las primeras charlas sobre psicosis varias. "O la esquizofrenia", otro ejemplo. Su especialidad.

Sus primeras visitas como estudiante en prácticas al primer psiquiátrico que conoció. "Mis primeros locos", como solía llamarlos mental y cariñosamente.

Mis primeros locos. Esa frase le tranquilizó más de lo que hubiera querido reconocer y a su memoria acudían imágenes desordenadas de sus trabajos iniciales. Se recordó hablando con un paciente mientras repetía mentalmente la frase "contactando con la irrealidad".

Y no era para menos. La imagen del patio del psiquiátrico acudió dividida en flashes a su mente. "Locos por aquí, locos por allá. Cada cual jugaba a lo suyo, atendía su juego", pero todos tenían la misma mirada extraviada, la misma desconexión que explotaba en sus ojos.

La irrealidad habitando en sus rostros, mandando en sus gestos y movimientos. Fue un impacto que tardó en comprender.

Recordó que soñó con esa imagen durante semanas. Finalmente, decidió que no era temor, sino una profunda curiosidad y la firme convicción de a querer saber por qué.

¿Qué es lo que había detrás de esos rostros instalados en la irrealidad? Quería saber.

Y ahora le parecía estar cerca del conocimiento que le permitiría presentar de forma lógica, estructurada y coherente lo que es una enfermedad mental. No sería el primero en pretender que podía hacerlo, pero entendía que se abría una posibilidad enorme al poder ensayar sus teorías allí.

El respaldo de investigar en el Instituto le habilitaría para destronar todos los viejos sistemas de clasificación de enfermedades mentales y poder catalogarlas como realmente se merecían.

Se dijo que era la hora. No debía dilatarlo más. Había llegado el momento de presentarse en sociedad.

Dejó de caminar sin rumbo por la sala de espera. Hizo una última inspiración, golpeó con los nudillos y abrió la puerta de la sala de juntas.

—Permiso —dijo en un tono que se ahogó antes de poder soltar la última sílaba.

La habitación estaba completamente vacía.

—Se suspendió —escuchó a su espalda.

Se volvió para encontrarse con la sonrisa eterna del jardinero.

—¿Y no me avisaron? —se quejó Marcelo sorprendido.

—Le estoy avisando ahora —cortó tajante, mientras se oscurecía su rostro por un instante imperceptible antes de volver a la afabilidad que lo caracterizaba— ¡Perdone! Es mi culpa. Me retrasé con mis tareas y no llegué a tiempo para avisarle.

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