30. Alicia y Gabriel

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El olor a las tostadas formó parte de las sensaciones que lo invadieron cuando despertó. Alicia entró en la habitación con la bandeja adornada por el desayuno que más le gustaba.

—No quiero que me internes. Todavía no —fue lo primero que dijo Gabriel a modo de saludo.

Alicia dejó el desayuno a un lado y lo miró con cariño. Le ayudó a incorporarse sin dejar de mirarlo con una sonrisa en los labios.

—No lo voy a hacer. Sácate esas cosas de la cabeza. Ya sabes que te prometí envejecer a tu lado —le dijo con tono cariñoso y agregó más risueña— Y no creo que nos dejen internarnos juntos.

—Y yo te prometí la eternidad —respondió él algo más relajado.

—Pero no hay eternidad posible si no tomas la medicación, Gabriel —expresó su razonamiento esta vez con un tono más duro.

—La estoy tomando, la estoy tomando —se quejó él levantando las manos como implorando al cielo.

—El otro día encontré una pastilla en el baño... —dijo su mujer.

—Sí. Fue porque me metí dos en la boca y escupí una, y luego no la encontré. Olvidé decírtelo. Es la verdad —dijo poniendo ese rostro de gatito perdido que solía funcionarle.

Alicia sacudió su cabeza sin estar convencida del todo y acomodó la bandeja del desayuno sobre las piernas de su marido. Le dio un beso en la frente y contraatacó con tono indignado.

—¿Me tomas por tonta?

—¡Pero que apareciera la pastilla en el baño no significa que no estoy tomando la medicación! Además, sería muy descuidado ¿no? El tonto sería yo, si la tiro y no la hago desaparecer ¿verdad? Entonces: ni tú, ni yo. No somos tontos. Ninguno —respondió emulando el mismo tono.

Cada vez que Gabriel dejaba la medicación, Alicia se torturaba haciéndose responsable de lo que sucedía. Una y mil veces su psicólogo le había dicho que no era su deber curar a su marido. "Solo se espera de ti: apoyo y contención".

Pero no es tan fácil luchar con la culpa, ya que siempre terminas interpelándote con respecto a qué habrás hecho mal para que empiece a sufrir las voces otra vez.

Gabriel apuró el final de su té en un par de sorbos, disfrutando del sabor dulzón que le dejaba la miel con la que su mujer completaba la infusión. La miró fijamente a los ojos y tomó una de las manos de Alicia entre las suyas. Enunció de forma seria sin que le temblara la voz.

—Ahora veo claramente mi condición. Y las voces están controladas. Confía en mí, cariño.

—Me alegro, de verdad. Verás que vamos a hacer que esto funcione. Volveremos a ser una pareja corriente. ¡Seremos tan normal que nos aburriremos! —intentó decir con ironía.

—Pero tenemos que hablar.

—Pues hablemos —acepto Alicia de buen grado —acomodándose al borde de la cama, junto a su marido y cogiéndole de las manos.

—Lo que te voy a contar lo he visto en sueños, pero debes prestarme atención.

—¡Gabriel! —soltó Alicia con un tono totalmente cansino, desentrelazando las manos—Otra vez, no, por favor.

—Quiero que sepas que estoy en control. Que no he perdido contacto con la realidad, pero esto que te voy a contar es serio. Y necesito tu consejo sobre algo que quiero hacer.

—Te lo han contado las voces. ¡No me mientas!

—¡Que no! Es cosa mía. Te lo juro. Las voces quieren hacer otra cosa. Quieren hacer un cambio en nuestro mundo que va a tener unas determinadas —Gabriel hizo una pausa buscando la palabra adecuada— consecuencias, malas consecuencias, y la peor de todas es que quieren separarnos.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora