A Quiet Place

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—Jane baja el arma —pidió él a aquella mujer pelirroja que sostenía a la pequeña con una mano y apuntaba el arma con la otra.

—Ya no puedo más —exclamó ella cansada.

—Baja el arma y lo arreglaremos —pidió una vez más él acercándose a su hermana.

—No hay más que arreglar, tu puedes hacerlo pero yo ya no —gritó entre lágrimas— no lo entiendes ella no es el mounstro, somos nosotros —expresó presionando más el arma contra la cabeza de la pequeña.

—Andy puedes alejarte corazón —dijo él con una sonrisa.

La pequeña de tres años estaba quieta nada reinaba en su mente, solo el impulso de arrancarle la mano era lo que la mantenía quieta.

—No puedo —gritó, el agarre era aún más fuerte para ella.

—Jane por favor —rogó el adolescente.

—Cuántos más Daniel —dijo enojada— cuántos más tendrás que asesinar para darte cuenta lo que está pasando.

—Es una niña —grito él.

—No, no lo es —aseguró— y no permitiré que tu dejes de serlo.

—Jane no —gritó pero la bala ya había atravesado ese diminuto cuerpo.

—Todo estará mejor ahora —sonrío.

Ambos se quedaron con la mirada firme una mirada que nunca había visto.

—Jane —pronuncio ante las venas que se presentaban en su rostro.

—Todo estará bien —dijo ella sonriéndole.

Sus ojos se empezaron a llenarse de sangre y de toda cavidad posible esa extraña sustancia roja brotaba, los gritos de agonía retumbaban una y otra vez:

Tras cinco minutos los gritos cesaron al igual que su alma unos segundos después el recinto en que se encontraban ardió en fuego, un fuego que nunca se había visto.

Lancaster despertó sudando, el terrible recuerdo lo acechaba desde hace ya veinte años.

Se levanto y se dirigió a esa pequeña maleta donde contenía los últimos rastros de su existencia, una vieja foto, un listón morado y un viejo periódico con un enunciado fatal.

"MUEREN 6 PERSONAS EN INCENDIO"

Solo ver las palabras le producían un tremendo asco hacía el mismo.

Desde ese día Daniel Lancaster supo lo que tenía que hacer y era liberar a las personas de su pesar, había descubierto a la mala que uno no puede matar a su monstruo pero si el de alguien más si estaba dispuesto a perder lo que más amaba sin embargo él ya no tenía a quien amar.

En casa de los Zimmer la alarma sonaba a las ocho de la mañana, Madison se levantó a la primera alarma como siempre, sus hermanos siempre tardaban dos alarmas más y ese día no era la excepción.

—¿Qué preparas? —le preguntó Casper entrando a la cocina.

—Desayuno para Dyre —respondió sonriendo.

—Deaj mejor me voy antes de que lo acompañes con mi vomito —dijo saliendo de la cocina.

Media hora más tarde los chicos estaban desayunando.

—¿Podemos ir al cine? —preguntó Dyre quien gozaba de los placeres mundanos.

—Seguro veré qué hay en la clasificación de niños —sonrió Sander informándose con el periódico.

The End Of  The GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora