》Capítulo 03Las primeras impresiones eran importantes, lo habían sido siempre a lo largo de la historia, estaban aquellas que eran increíblemente buenas y aquellas terriblemente malas. No estaba seguro de si existía un punto medio entre ambas, ya que al tratarse de lo primero que ves en una persona, es la imagen que llevarás siempre de ella hasta que vivan juntos un momento de mayor impacto en sus vidas.
Lidia Páez era la profesora de Literatura e Historia en la escuela secundaria de Gremor, ella se encargó de los papeles que necesité para graduarme con antelación, de cierta forma, aunque distante, ella me motivó a sobresalir sin sentirme avergonzado.
Al parecer había cosas que me hacía falta perfeccionar, como el conocimiento que tenía acerca de las personas que me rodeaban, hecho que le atribuía a mi desinterés por todos aquellos que no eran mis padres.
Lidia era viuda desde hacia mucho, mi madre parecía conocer la historia a diestra y siniestra, mientras que mi padre prefería hablar de ella por quien era hoy en día. Una mujer luchadora y brillante que había criado a su hijo sola en un pueblo lejos de casa.
Ese hijo del cual también se decían cosas buenas era a quien me presentarían aquel día, un joven que según las palabras exactas de mi padre "necesitaba un empujón para dejar salir todo su potencial". Madre decía que a él no le iba bien con los maestros de la secundaria y que parecía quejarse de la forma ortodoxa en la que se impartían las clases. Se decía que le había contestado soberbiamente a más de uno y que los maestros no querían lidiar con él.
Y a Lidia se le había ocurrido que como con los adultos no se ajustaba en el sistema tradicional, a lo mejor le iba bien de la manera en la que a mí me fue bien. Fuera de las cuatro paredes del salón de clases, sin horarios establecidos y sin presiones, sólo con pasión por aprender.
Y quien mejor que el alumno para superar al maestro, añadía mi padre en repetidas ocasiones, mientras yo aseguraba que él tan sólo carecía del tiempo para darle lecciones privadas al hijo de Lidia.
Yo creía que ese chico simplemente no quería ir a la escuela. Eso hasta que me explicaron que él ya estaba en la edad de ir a la universidad pero que desde que salió de la escuela se había dedicado a trabajar en el taller de madera del pueblo y no planeaba seguir estudiando.
¿De qué manera podría hacerlo cambiar de opinión alguien como yo?
Lidia me escribió una carta, era muy breve para ser conmovedora, pero precisa en transmitirme que anhelaba contar conmigo. Escribió cosas como: "Se que él puede aprender mucho de ti, y tú de él." O así mismo del tipo: "Estoy muy feliz por las cosas que has logrado, un futuro brillante te espera, ayuda a mi hijo a encontrar el suyo..."
Es interesante saber que si volviera a leer aquella nota, le contestaría a tiempo y le diría que el futuro brillante ya había comenzado, que su hijo me ayudaría más de lo que pensaba.
Es curioso como las cosas que de verdad importan, las dejamos siempre para el final.
Y así sucedió aquella tarde, yo había salido a andar por el bosque, como era usual me dirigí sin pensarlo hacia el río. No tuve la misma suerte de antes ya que el camino que tomé me llevó al otro extremo de la casa de la colina, no pude apreciarla en ese entonces, y volví a casa luego de hacer anotaciones sobre el proceso de florecimiento en los alrededores.
ESTÁS LEYENDO
cuando decimos adiós.
RomanceBenedict tiene el don de la sabiduría, siempre ha podido comprenderlo todo con rapidez y habilidad, no es de extrañar que su vida cambie fugazmente cuando ante él, la sonrisa del misterio más grande del universo, lo haga olvidar hasta su nombre y ap...