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》Capítulo 02







Podía escuchar a mis padres hablar en el comedor, probablemente de la misma forma en la que ellos podían oírme entonar el violín en mi habitación. La diferencia entre una melodía y una conversación es que en esta última uno se entera de cosas que es posible no acaben siendo agradables.

O al menos, aquello no lo fue al principio.

Todo iba en torno a mi padre y a su espíritu altruista queriendo ayudar a alguien más. Jean Finnegan, era un traductor reconocido al ser uno de los pocos que podía traducir del hebreo al español, del español al griego y todos los anteriores al inglés y al francés. Había liderado un montón de investigaciones de hallazgos históricos y ayudado a difundir el conocimiento de la comunidad antropológica y científica.

No esperaría menos del hermano de tía Auriel. En perspectiva mi padre era un hombre generoso con aquellos que tenían el entusiasmo de aprender.

Lo había sido conmigo hasta cierto punto, siempre excusando su falta de tiempo para enseñarme con un: "Eres muy capaz de hacerlo sólo, nou..."

Nou del griego "mente". A él le gustaba llamarme así, me hacía sentir especial y amado.

Aquella noche, en concreto, no hablaban de un proyecto suyo o algo que tuviese que ver conmigo. Más bien, Jean aceptaba una propuesta y consultaba al respecto a mi madre.

- No creo que vaya a hacerle daño ayudar a alguien joven. -decía ella, sonando optimista como era usual.- Lidia no nos ha pedido un favor nunca y nos ayudó mucho a facilitar los pases de Ben.

Supuse que mi padre estaba accediendo a darle clases alguien. Lo había hecho antes, preparó a algunos universitarios para sus exámenes de ingreso y demás.

- Lo sé, Tiziana... -esta vez habló él.- Pero pienso que primero debo hablarlo con él.

- Se negará...

- Es preferible que lo haga porque entiende la responsabilidad de ayudar a los demás a que lo haga porque sus padres lo obligaron.

Entonces comprendí que se trataba de mí. Dejé mi violín sobre mi cama y bajé las escaleras con prisa, al pararme frente a ellos en el comedor ambos lucían sorprendidos.

No era una noticia para ninguno de los presentes que las paredes de madera eran lo suficientemente finas como para escucharnos los unos a los otros.

Además, en nuestra familia no existían los secretos. Según mi madre, el misticismo de ocultar lo evidente puede separar a las personas y hacerlas sentirse traicionadas.

- Muy bien, Jean, esta conversación ha sido oficialmente espiada. -rió mi madre.

Mi padre me miró dubitativo a lo que yo fruncí el seño.

- ¿Qué están tramando, esbirros? -espeté.

La fémina de oscuros cabellos me miró exagerando haberse ofendido ante el apodo. No era la primera vez que lo usaba.

- Podrías al menos haberme comparado con Lamia...-contestó.

- Papá...-lo miré en busca de una explicación.

- Sí, nou...hay algo que queremos pedirte, supongo que ya has considerado que tienes edad para dejar los caprichos y hacer amigos. ¿No crees?

Oh, no. Sabía a donde se dirigía esa conversación.

- Sólo dime qué quieres que haga...- suspiré.

cuando decimos adiós.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora