Capítulo 6

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Jason Kahen, desde que había entrado en la secundaria, había estado en mi clase. Al principio era el típico niño listo y tímido, aunque con la llegada de la adolescencia ganó confianza en sí mismo y se hizo muy popular, aunque nunca había sido el típico chico deportista que solo piensa en chicas. Él era diferente. Era el delegado de clase, el mejor en notas, tenía muchos amigos, participaba en todas las actividades de voluntariado posibles y no había tenido demasiadas novias aunque todas le iban detrás. Pero él no les hacía ni caso, tal vez ni se hubiera dado cuenta. Y luego estaba yo. Había estado enamorada de él desde primaria, pasando por su etapa tímida, la extrovertida y hasta cuando le dio por vestirse "emo" durante un mes. Era alto y tenía el pelo marrón brillante. La piel clara y los ojos verdes más espectaculares que había visto en mi vida. ¿Que qué me gustaba de él? No lo sé. Probablemente solo estaba enamorada de la idea que me creaba. Puede. Pero me gustaba estarlo. Siempre lo miraba en clase y me distraía pensando mientras mi mirada estaba entre su cabello oscuro ondulado hasta la nuca. Pero no vayáis a pensar que mi vida se resumía en él, él y solo él. Porque no, de hecho, hacía tiempo que no pensaba en él de esa forma, puede que lo estuviera olvidando, al menos ya no me hacía la tonta delante de él. Pero que se presentara en mi casa ya era otra cosa, me sacó de mis casillas.

Abrí la puerta lentamente, expectante. Y ahí estaba, tal y como lo había dejado. Bueno, no exactamente, su expresión ahora parecía aburrida y cansada, exasperada; ya no era la amable con la que se había presentado.

-Amm, ¿ya he vuelto?-dije medio preguntándome a mi misma, dándome cuenta de lo estúpido que era ya que probablemente el chico llevara esperando unos veinte minutos. –Perdóname pero...

-Da igual, solo necesito un vaso de agua, por favor.

-Pasa, pasa- dije aliviada, y respiré al darme cuenta que había estado conteniendo el aliento. –Sígueme, la cocina está por aquí.

Al llegar a la cocina se hizo un silencio raro. Él estaba apoyado en la encimera aún con los libros y las flores en los brazos y yo estaba de pie en medio de la cocina mirando hacia el suelo, incómodamente incomoda. Decidí, más bien me di cuenta, que él no iba ha hablar así que lo hice yo.

-¿A que venías, Jason?-dije tímida en un susurro casi inaudible, aun ya saber que venía a hacer aquí.

-Ah sí, sí-dijo de repente, saliendo del extraño estado en que se había quedado. Parecía absorto en su mundo, pensando vete a saber qué.-He venido de parte de toda la clase, pensaba que tu amiga Christine ya te había avisado.

Por un momento me entro pánico, tartamudez, la voz se me quebró y mi vista volvió al suelo. Por un momento volví a ser la tonta enamorada que era a los 12... 13... 14... Vale, la tonta enamorada que había sido toda la vida. Pero me dije a mi misma que ya no valía la pena ser esa chica porque me quedaban siete meses en mi ciudad, en mi instituto, viéndole... Así que qué más daba lo que pensara de mi. Decidí que lo mejor que podía hacer era ser yo misma. Cosa que hubiera tenido que ver mucho tiempo antes pero me di cuenta en aquel momento, cuando no tenía nada a perder. Y con esa visita aprendí dos cosas: que siempre es mejor ser tu misma y que todas las cosas tienen un lado bueno. Me di cuenta que ser mi misma era mucho más fácil de lo que pensaba, era solo cuestión de cambiar de chip aunque también ayudó el hecho de que me diera cuenta de lo patética que había sido durante todos esos años. Y en respeto a lo del positivismo, en ese momento pensé que a raíz de mudarme se me había ocurrido aquello, aunque ahora veo que tal vez no fuera así, tal vez solo se debiera a que estaba madurando. El error fue que me puse a pensar en todo eso mientras Jason estaba plantado delante mío esperando una respuesta. Y hubiera seguido así, yo reflexionando en lo más profundo de mi mente y él de pie esperando, probablemente pensando en que era más rara que un perro verde; de no ser porqué él carraspeó. Levanté la cabeza de golpe, del susto que me había pegado su carraspeo en medio del pesante silencio. Me puse roja en el instante, sentí mis mejillas arder y, en un movimiento instintivo me puse las manos en la cara, notando el calor. Me di cuenta de lo estúpida que parecía y las quité enseguida. Crucé los brazos muy rápidamente en un intento de disimular pero me pareció un movimiento demasiado antinatural a lo que bajé los brazos otra vez y me puse las manos en la cintura. Sé tu misma-me recordé. Enfoqué la vista en Jason, que no se había perdido ni un detalle. Lo que no me esperaba era que soltara una carcajada. Pero no fue una carcajada grosera ni petulante, sino más bien una risa sincera y preciosa. Su risa era melodiosa.

10 COSAS QUE HACER ANTES DE MUDARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora