Abrí, casi con los ojos cerrados, la puerta de cristal de la cafetería. No quería ver nuestra mesa vacía y oír mi corazón romperse en miles de pedazos, otra vez. Me negaba a enfrentar la realidad. Inspiré hondo y abrí los ojos lentamente, retasando el momento. Pero, al abrirlos, vi a dos chicas sentadas, sus caras tristes hablaban por si solas y sus ojos anunciaban arrepentimiento. Al verme, se les dibujó una media sonrisa que levantó mi alma, que antes reposaba en mis pies, tendida, muerta. Corrí, rápida y torpe, y las abracé con firmeza.
-Lo siento.-murmuré.
-Yo también lo siento- escuché susurrar a Christine.
-Y yo- dijo Lis- creo que tenemos una Tradición que mantener y unas risas que recuperar.
Nos pasamos horas hablando, sobre todo y sobre nada, sintiendo que en cada minuto que pasaba nuestra amistad se recuperaba de una pelea como nunca antes. Pero como Jason había dicho, después de un bache lo mejor que puedes hacer es levantarte con más ímpetu y ganas de comerte el mundo. Así resurgió nuestra amistad entre las cenizas. Me fui cuando la noche cayó y las estrellas invadieron ese cielo oscuro que tanto me gustaba. Caminé hasta mi casa, repasando mentalmente las calles de mi infancia, las baldosas de las aceras, los carteles de las tiendas, los balcones floreados y las farolas viejas. Al abrir la puerta, escuché una característica voz que no oía desde hacía mucho tiempo.
-Hermanita!
-Ni se te ocurra dirigirme la palabra. –estaba, por razones muy obvias, enfadada con ella. La miré, con rabia y subí las escaleras, ignorándola completamente.
-Lo siento, ¿vale? Papá me necesitaba.
-¡Yo también!
-Charlie, por favor.- me miró con ojos de cordero y no pude resistirme, es mi hermana, mi familia, mi alma gemela y la había echado muchísimo de menos. Corrí a abracarla.
-Shopie, tienes que contármelo todo.-le dije intentando sonar entusiasmada, aunque la frase sonó un poco más borde de lo que pretendía.
Subimos las escaleras corriendo y saltamos encima de su cama, rebotando y riendo como hacíamos de pequeñas. Me percaté que su pelo negro era más corto que cuando se marchó, llegaba hasta sus hombros pero su piel clara destacaba como siempre y las pecas que resaltaban su nariz puntiaguda también seguían allí. Quería que me contara todo sobre sus fechorías en la universidad, pero antes tenía que abordar el tema. Tenía que hacerlo, era necesario. No podíamos fingir que todo seguía como siempre.
-¿Vas a venir?- la miré, aun sabiendo la respuesta quería oírla saliendo de su boca.
-Sabes que no puedo, Canadá está muy lejos. Tengo que ir a la universidad, tengo amigos aquí y no puedo dejar a papá solo. ¿Lo entiendes verdad?
-Lo entiendo, es solo que te echaré mucho de menos. Ya sé que no nos vemos mucho últimamente, pero es diferente tenerte a dos estados de distancia que no a miles y miles de quilómetros. ¿Cómo está?
-Derrotado, él quiere a mamá, siempre la querrá aun saber que su relación esta muerta. Está intentando rehacer su vida. Charlotte, te echa de menos. La ultima vez que lo llamaste fue para pedirle no se qué de tus amigas. Te necesita. –negué con la cabeza, no estaba preparada para enfrentar a mi padre y si él tantas ganas tenía de verme, ¿por qué no había pasado a buscarme? Era como si me hubiera abandonado, puede que ese fuera el kit de la cuestión. ¿Se había ido a la fuerza, o me había dejado por qué quería? La duda me mataba, pero prefería morir en la incertidumbre que enfrentarme a la fría verdad.
-Ya lo sé, Sophie, claro que lo sé. Pero necesito tiempo. Un poco más, algún día intentaré arreglar las cosas entre nosotros. Es nuestro padre, pero me ha traicionado de una manera tan grande que no puedo perdonárselo tan a la ligera. Por favor, dejemos el tema. -Mi hermana se acercó y me acarició la frente con ternura.
-Te irá bien un cambio de aires, estoy segura.
Mi hermana siempre había sido muy positiva, alegre y entusiasta. A veces, me daba envidia. Ella era la hermana guay, la que todo el mundo quería conocer. Yo, en cambio, era... ¿Cómo decirlo? Yo, simplemente era yo. Un poco borde, menos sociable y con mi carácter. Pero ella me quería tal y como era, me hacía sentir especial. También es verdad que, a veces, era un poco pesada. Por el hecho de ser la hermana mayor, Sophie creía tener poder sobre mí, creía que su opinión era la correcta y siempre me decía lo que tenía que hacer y lo que no. Está claro que la mayoría de veces yo no le hacía ni caso. Con el paso del tiempo y con la llegada de nuestra madurez eso fue disminuyendo pero aún lo hace, aunque es una cosa normal entre hermanos. Molestarse mutuamente. Yo, por ejemplo, de pequeña siempre la culpaba de las travesuras que cometía. En ese instante me di cuenta de que la quería muchísimo y que tal vez, solo tal vez, tuviera razón. Puede que un cambio de aires me fuera a ir bien. Le sonreí. La abracé. Y me sentí feliz.
Hola, holaaa.
Nuevo capítulo. Un poco corto, lo sé. Sooorry. ¿Qué os parece?
Besos,
Clara
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10 COSAS QUE HACER ANTES DE MUDARSE
Teen FictionCharlie Cooper tiene 17 años. Una vida normal, amigos y está perdidamente enamorada de un chico inaccesible para ella. Pero cuando sus padres deciden separarse y mudarse todo pierde el sentido, hasta que decide vivir sus últimos siete meses en su ci...