Día Dos

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día 2

Habíamos llegado a una playa, y para ser honesta, sigo sin saber que playa era.

En fin, llegamos a la playa a las ocho de la mañana aproximadamente. No teníamos reloj y nos habíamos deshecho de los celulares para no dejar rastro.

La playita era improvisada: un mini hotel de dos estrellas con la misma cantidad de habitaciones porque era《un lugar para acampar》según el recepcionista, una vista a la playa excepcional y el bungalow más o menos decente. Lo cierto es que yo era muy exagerada con lo estético porque estaba acostumbrada a lujos en cualquier detalle, pero me bastaba con dormir al lado de Elizabeth tan siquiera por una noche.

Llegamos exhaustas y nos tiramos en la cama, mirando el techo y al borde de desfallecer.

-Estoy entrando a la locura.-dijo ella.

-No me digas eso, hoy no estoy de humor para soportar locas.-respondí.

-Eres una pendeja, una pendeja con mucha suerte.

-Oye tranquila, sólo que.. estoy medio muerta.

-Muerta y media dirás.

-Eso mero.

-¿Ya no traes?-dijo fingiendo la voz quebrada y sin mirarme.

-No. Quizás. Para ti no.

-¡Aggg! ¡Me caga cuando te pones de moralista mediocre y me quieres corregir a estas alturas!

-Pues que bueno que me odies, es sincero por lo menos.-dije dándole la espalda.

-Maldita sea, no mereces tanta suerte.

-¿A qué te refieres con "suerte"?

-A que no puedo enojarme contigo, no puedo odiarte y para rematar te amo.

-¿Tú me amas?-dije volviéndome hacia ella.

-Claro que sí, pero tambien me cagas.-soltó una risita y me abrazó.

-Deberíamos dormir.

-Deberías rolarme crack.

-Creo que tú también tienes suerte.-concluí.

Me levanté de la cama y saqué una bolsita de crack, ya quedaban pocas y me entró un sentimiento de melancolía que estuve a punto de llorar, mis niñas se estaban extinguiendo por mi culpa y lo peor es que no quería solucionarlo. Ya no quería comprar más, pero tampoco tenía muchos deseos de limpiarme.

Hice el proceso, la hice temporalmente felíz hasta que se quedó dormida. La desvestí cuidando no despertarla y la acomodé en la cama para que durmiera como el ángel caido y herido que era.

Yo también fui felíz por un ratito, deje que el humo me llenara los pulmones y me intoxicara el cuerpo, y aunque lo disfrutaba comenzaron a surgir dudas del apetito de cualquier droga. Al darme cuenta de que mi amor por Elizabeth era tan grande que podía terminar amándome a mí sentí la pequeña semilla de iniciativa que favorece el cambio. Quería ser una mejor persona para ella, la mejor persona que ella tanto necesitaba. Quería ser de ella y para ella, deseaba ser ideal.

Elizabeth seguía dormida sobre la cama y yo rondaba por la habitación sin saber que hacer. ¿Nos estarán buscando? ¿Mi familia y la de Eli estarán bien? ¿Qué tan bien?

Me sentía sola, triste y ansiosa por no saber que hacer. ¿Hacer o no hacer? ¿Cómo hacerlo? Me sentía entre la espada y la parded.

Mi piel estaba pegajosa y brillante de sebo debido al calor infernal. Mi cabello lucía graso, tenía tres días sin bañarme ¿que esperaba? Me introduje en el baño procurando no hacer ruido pero la jodida puerta soltó un rechinido que estoy segura escucharon en Japón, al parecer todos menos Elizabeth, pues apenas y se movió con el estruendo. Y que buena suerte, para mi sorpresa el baño estaba semi-limpio, tenía dos jabones cerrados en un paquetito blanco y una botella pequeña de champú. Sentí un alivio tremendo al saber que el agua de la regadera estaba tibia y las toallas blancas, intactas y limpias.

Siete Días en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora