Después de un siglo... volví.
—Esther, ¿Qué estás esperando para entrar? —dice Alan esperando en el marco de la puerta principal de su casa.
—No lo sé... —murmuro— , es que no quiero incomodar.
—Si te invité a mi casa es para que entres, no para que te quedes parada afuera como una psicópata suelta que anda por ahí, simplemente tramando algún plan maquiavélico—comenta con una leve sonrisa.
—¿Qué sientes, Esther?—inquiere mi primo, acercándose a mí lo suficiente como para tomarme de las manos (las cuales estaban sudando por lo nerviosa que me encontraba) y hablarme más bajito—: ¿Quieres ir a casa? ¿Te sientes incómoda?
—Adam, yo estoy tan mal vestida, huelo mal y...—siento como mi corazón se ablanda y luego se arruga como un fruto seco—, no quiero que su madre me vea como una cosa rara.
—No lo hará—asegura mi primo, y procede a besar mi frente.
—¿Estás seguro?
—cien por ciento.
Temía al rechazo, a la humillación por parte de la familia de Alan, no quería ser esa niña despreciable que nadie quiere ver cerca de su hijo, esa niña que rechazan por el simple hecho de no ser bien vestida, oler mal, y tener piojos. Yo no tenía piojos, pero esa es la impresión que daba cuando me conocían, sólo porque no era muy higiénica que digamos..., claro, no era porque no quería bañarme, sino porque no tenía para eso.
Sin darme cuenta Adam ya me había soltado, y me encontraba caminando hacia la puerta. Una vez dentro, observé lo majestuosa que era su casa: poseía una amplia sala con muebles de cuero negro, el piso de porcelanato blanco y muchas decoraciones en metal. Justo en la entrada, a mi derecha, la pared tenía un enorme árbol pintado, donde sus hojas eran fotos de la familia. Inconscientemente me acerqué a verlas a detalle: una de las fotos era Alan de bebé con su madre, en un parque, dónde parecía que estuviera dando sus primeros pasos, su madre esperaba emocionada pero a la vez con cierta angustia de que no se cayera.
—¿Te gusta? —me pregunta Alan a mi lado.
En ese momento me pregunté si mi madre habría querido ver mis primeros pasos..., eso es lo que siempre habría querido yo, verla sonreír por alguna gracia mía, simplemente, verla feliz, a mi lado.
—Sí...—digo, sin saber bien lo que él me preguntaba.
En otra foto, observé a Alan con su padre sonriendo emocionados, al borde de un gran acantilado, Alan se aferraba a la pierna de su padre con muchísimo miedo, pero sonreía para la foto. Era muy gracioso.
Las demás fotos eran en estudios profesionales..., nada importante.
—Esther...—me llama Adam. Parpadeo un par de veces para caer en cuenta de la realidad—. ¿Será que puedes dejar de ver las fotos del loquillo de Alan cuando usaba pañales?
Suelto una risa escandalosa. Adam tenía unos tonos particulares de decir las cosas.
—Oye, por lo menos siempre he sido hermoso... —añade Alan con una ceja enarcada.
—¿Qué quieres decir? ¿Que yo no lo soy? —inquiere Adam, ofendido.
—Dejen de decir estupideces, parecen niños de 5 años —les digo.
A veces se ponían muy intensos diciendo quién era mejor que quién, o el más bello, o el que sabía hacer mejor equis cosa.
—Sigamos con el tour por mi casa—dice por fin Alan, girando sobre sus talones para subir luego por unas escaleras de metal en forma de caracol que estaban al final de la sala.
Un pasillo largo se hace ver una vez que culminas de subir las escaleras, y se reduce mucho más el espacio. Solo hay tres puertas.
—La de la mano izquierda es la habitación de mis padres, la del centro es el baño, y la puerta a mano derecha, es mi habitación—dice, como si fuera leído mi mente.
—¿Y a dónde iremos?—inquiero.
—A mi habitación... por supuesto—dice, y a su vez gira el pomo de la puerta, dejando ver lo amplia que era y lo impresionante que se veía.
—Es de revista—digo.
Alan ríe y luego me mira curioso.
—Es extraño como ves algo que te gusta—dice, sin dar mucho detalle.
Adam se tira en la cama, sin permiso y lo fulmino con la mirada.
—¿A qué te refieres? —pregunto y vuelvo la vista a Alan.
—Brillan—dice, asintiendo con la cabeza—. Tus ojos brillan cuando ves algo que te gusta, es como si se iluminaran más de lo normal.
—Estás detallando mucho a mi prima—comenta Adam, sentándose al borde de la cama y enarcando una ceja con picardía.
Me ruborizo al escuchar eso. ¿Era posible que Alan se fijara en mí y que le gustara la manera en cómo miraban mis ojos al ver algo agradable? ¿Acaso cuándo lo miraba a él mis ojos brillaban también?
—Es que..., ya sabes —trato de decir cualquier cosa, para que no sintiera que le daba mucha importancia a su comentario—: Es muy linda la habitación, nunca había entrado a una tan hermosa, claro, la de Adam también es bella, pero ésta es mucho mejor —digo, mirando a cualquier área de la habitación.
—Un momento —intervine Adam—, ¿Acabas de decir que su habitación es mucho mejor que la mía... Esto es decepcionante—coloca la mano dramáticamente en su frente y finge un llanto, para continuar—: Yo que siempre estoy ahí para ti, eres incapaz de apoyarme.
Le doy un leve golpe en el hombro y suelto una carcajada.
—¡Cállate, eres un mal actor! —Expreso sin dejar de reirme.
—Y tú una mala persona.
Alan sonríe y agrega un simple "ya vengo", a continuación cierra la puerta de la habitación y nos deja ahí, aprovecho el momento para averiguar más de lo que a él le gusta y observar por encima sus cosas, mientras que Adam se quita los zapatos y se recuesta del cabecero de la cama, enciende la televisión con el control que estaba justo a un lado, cruza las piernas y cambia de canal como si supiera específicamente lo que quiere ver.
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Un viaje sin ti ©
Lãng mạn«El pasado, es el pasado, no se puede modificar, pero si está en nuestras manos sobrellevarlo». Después de tantos problemas, que por cierto, parecen infinitos, Brian decide viajar para despejar su mente y dejar atrás todos aquellos inconvenientes; t...