CAPÍTULO VII

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Yo me imagino a Cass como Madison Pettis.


    Dibujar me aclaraba la mente, me hacía olvidarme de todo y de todos, en especial eso último. Las personas o me odiaban o sentían lástima por mí, no podían tratarme con la total naturalidad que necesitaba, sólo Alan, y sin embargo podía notársele un ápice de lástima en algunas cosas que hacía por mí, más que todo se le notaba en sus hermosos ojos que llegaban a mi corazón y desordenaban todo ahí. Mariposas. Él me hacía sentir mariposas, y era lo que más me gustaba.

—Dime quién fue —Exigió Adam con una mirada llena de furia y el cuello tenso, dándole un golpe a la mesa, amenazante.

    Alcé la vista y noté que la clase había terminado. Todos habían salido de sus aulas para el receso del desayuno.

—Fabio —murmuré.

—¿Y desde cuándo es todo esto? ¡¿Por qué no dijiste nada?! —Preguntó alterado Alan—. ¿Hasta cuándo pensabas ocultarlo?

    Cerré el cuaderno y metí los colores en un pequeño bolso de mano. Procedí colocando todo eso dentro de mi mochila.

—Mira lo que te ha hecho, Esther. ¿Sabes el regaño que me darán? —dice furioso.

    Frunzo el seño.

—¿El regaño que te darán? —Repito sus palabras, procesándolas, pero no espero a que responda—. ¿En serio lo único que te preocupa es que te regañen?

—Pues, sí..., yo debería estar cuidándote.

—¿Quién te pidió eso? —Inquiero.

—Mi madre, pidió que estuviera pendiente de ti todo el tiempo.

    Tomo mi mochila con rabia.

—Jamás pensé que mi familia también sintiera lástima por mí. —Niego con la cabeza—. Entiéndalo de una buena vez —Esta vez me dirijo a los dos y los señalo, alternadamente—: no necesito de su misericordia, no quiero que se sientan obligados a protegerme como si fuera a morir o algo.

—Esther, yo sólo decía que..., mira.

    Me río sarcásticamente de todo lo que está pasando e intento salir del salón, pero antes de que ponga un pie afuera, me toma del brazo y me jala hacia él.

—Escúchame, por favor —pide.

—Adelante.

     Me suelta y se frota las manos, mientras Alan solo observa lo que está pasando.

—Yo sólo quiero protegerte, no quiero que nada te pase... y tú muy bien lo sabes.

—Pero no lo haces porque lo quieres, sino porque te lo piden y si no lo haces... ¡te regañan!

—Esther, muy bien sabes que no es así.

—¿Ah no?

—Alan y yo, te queremos demasiado y no queremos verte triste ni una sola vez.

—Porque no tengo madre y sienten que deben llenar ese vacío, ¿cierto?

—No, Esther —niega Alan—, no queremos ser una madre para ti, mucho menos un padre, queremos ser como tus hermanos; que les cuentas las cosas, te apoyas sobre ellos cuando te sientes mal... sólo eso. Como una hermanita menor —compara.

—Tú sólo estas a la defensiva y tienes un humor que no culpo. Además, estás mal interpretando todo lo que digo —Aclara Adam.

    Pienso las cosas. Tiene razón, pero ahora estoy sintiendo cosas extrañas, mi humor está muy cambiante, he estado muy sensible, incluso cuando el tema de mi madre ya no dolía tanto, ahora siento que apuñala mi corazón gravemente.

Un viaje sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora