CAPÍTULO VI

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    Su mirada sigue viéndome de mala manera, como si quisiera decirme todas las barbaridades que se le ocurriesen. A veces me preguntaba ¿Por qué a mí? ¿Qué era lo que le daba tanta furia en su interior para descargarse así con todo el que se le atravesara?

    Veo que Jenni sigue de largo, sí, justo a donde está Fabio. Lo saluda con un beso en la boca y continúa dando lugar en el autobús para saludar al resto. Yo, en cambio, miro el primer puesto que veo y me siento rápido, no tenía ganas de pelear, o más bien, nunca las tenía pero colmaba mi paciencia a tal punto de querer golpearlo en el rostro sin parar.

—Ven aquí, Esther —oigo decir a Fabio. Intento fingir no haber escuchado y recuesto mi cabeza de la ventanilla—. ¿Me has oído? —Si no se tratara de Fabio, juraría que me llama como si fuera su buena amiga, que sólo quiere contarme algún acontecimiento.

—Déjala —pide Jenni en voz baja, pero alcanzo a oírla.

—¡Mal oliente! —Exclama—, ¿desde cuándo te has hecho de rogar?

Giro mi cabeza al escuchar su insulto y aprieto los puños intentando controlarme.

—¿Tú, Fabio? ¿Quieres decir que me estás rogando? —Inquiero fingiendo inocencia pero también sarcasmo en mi voz.

Enarca una ceja.

—No tanto como te ruegan tus amigos que te bañes, porque no te soportan a su lado —comenta y suelta una carcajada, a la cual se unen unos más, excepto Jenni.

    Siento que los ojos me arden y comienzo a aflojar los puños, como si la ira se estuviera disipando dándole lugar al dolor. Noto que mis lágrimas estás saliendo de mis ojos y me limpio rápidamente para no darle el gusto de verme llorar. No había llorado en frente de Fabio, pero hoy era distinto.

—No sabía que los cerdos lloraban —bromea sin saber el dolor que sus palabras causaban en mí.

—Eres un desgraciado, Fabio —musito, conteniéndome.

—Y tú una idiota.

—Imbécil.

—Un poco. —Ríe—. Tu madre se murió por tu culpa, tú la mataste con ese olor.

    Mi corazón se detuvo.

    Él siempre me nombraba a mi madre, él sabía que ese era mi punto débil, antes no le daba tanta importancia, pero hoy me dolió mucho más de lo normal.

    Nadie, sólo él, se rió de ese mal chiste, y yo me llené de tanto odio que me cegué.

—Vuelves a mencionar a mi madre y te juro que te parto la cara —advierto poniéndome de pie.

El chofer nos advirtió hacer silencio y que me sentara, pero no lo obedecí.

—¿Sí? ¿tú? —Se pone de pie también.

—Eres tan cobarde y poco hombre que eres capaz de pegarle a una mujer —le digo, caminando hacia él—. Eso es lo que te enseña tu padre, ¿cierto?

—Ni te atrevas a nombrar a mi padre...

—¿Qué? ¿Qué me harás si no?

—Te... te daré tu merecido.

    Me detengo a unos pocos centímetros de él y le escupo la cara. Inmediatamente le sujeto con mi mano izquierda los rizos pelirrojos perfectamente peinados, que ahora ya no lo estaban, y le hecho la cabeza hacia atrás con fuerza. La gente se alborota y empieza a gritar "¡pelea, pelea!" al unísono. Empuño mi mano derecha y golpeo su nariz, dos veces. Siento su mano rodear mi garganta y apretarme fuerte, el autobús metió un frenazo, provocando una caída al suelo muy fuerte; quedé debajo y él colocó sus rodillas a los costados de mi cadera, solté el agarre que le tenía a sus rizos y me dispuse a intentar quitar el agarre que tenía en mi cuello, al no ver resultados rasguñe la piel de sus brazos, provocando un enrojecimiento al instante, gritó de dolor y me soltó. A continuación le tomé la cara con ambas manos, acerqué su cara a la mía y mordí su cachete sin compasión.

Un viaje sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora