CAPÍTULO IV

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Y antes de que me corten la cabeza, dejo otro capítulo por aquí y me retiro lentamente...


  

La tarde pasó lenta pero muy divertida, con mi primo y mi mejor amigo, dónde nos entretuvimos con unos videojuegos viejos que Alan tenía guardados en un pequeño baúl de madera, lleno de juguetes y cosas viejas que antes solía utilizar, asimismo comimos muchas golosinas, postres y demás, ya que Linda (era el nombre de su madre, y ¡vaya que lo era!) había preparado un montón de cosas para pasarla bien, cosa que, en mi hogar, no era muy común. Su postura era de una señora empresaria cuándo atendía el celular y un ama de casa cuando estaba en la cocina, sin duda, una mujer multifacética y bien preparada, su cabello rubio caía en ondas hasta sus hombros y sus ojos eran muy similares a los de Alan, claro que ya la había visto en fotos pero en persona era mucho más simpática de lo que pensaba.

Decidimos marcharnos puesto que ya caería la noche y mi padre se iría a su trabajo... me gustaba asegurarme de que se marchara, no quería llegar a casa y encontrarme con una habitación vacía, sin saber nada de él hasta la mañana siguiente.

—Gracias por todo —le digo a Linda, mientras le doy un breve abrazo.

—Cuando quieran, pueden venir —dice amablemente—. Esta también es su casa—culmina, y deja ver sus dientes perfectamente cuidados.

—Los veo mañana, chicos —dice Alan, y se despide chocando las manos.

«Si tan sólo me besara la mejilla» —pienso, y rápidamente alejo ese pensamiento. Alan nunca se fijaría en mí, tenía que dejarme de ilusiones.

—Hasta mañana —digo, y me subo a las tuercas de la bicicleta de Adam, para tomar el camino de vuelta a casa.

El tramo se hace corto, pero muy satisfactorio; respiro hondo y todo el aire frío que se adentra en mis pulmones lo inhalo con agrado, no sé el porqué pero el aire del día cuando está cayendo era muy distinto al del resto, asi como el sereno de la noche... su olor era muy particular, era muy fresco y te hacía relajarte, bueno, al menos eso era lo que yo sentía.

Nos detenemos en un cruce y Adam gira su cabeza con dificultad para observarme.

—¿Qué sucede? —pregunto, sin saber por qué había parado.

—¿Segura que quieres ir a tu casa? —inquiere él.

—Sí, y si no te apresuras no voy a poder ver a mi padre marcharse.

Sonríe.

—De acuerdo —dice, y continúa pedaleando.

Una cuadra más, la bicicleta se posiciona en frente de la acera y miro la ventana anhelante. Aún estaba en casa puesto que tenía las luces encendidas. Me despido muy rápido de Adam y corro a la puerta, abro bruscamente y grito "papá", sin conseguir respuesta subo las escaleras y entro a la habitación, repitiendo nuevamente su nombre.

—¿Dónde estabas, Esther? —indaga, abrochándose los botones de la camisa blanca que tenía y mirándome con una ceja enarcada.

—En casa de Adam —respondo con una sonrisa—. Jugamos con su X-box y luego comimos muchas golosinas mientras veíamos una película, la mamá de... —paro de hablar, cuando observo una figura femenina salir del baño de la habitación, acomodándose el vestido floreado y un poco nerviosa—. Eva —la nombro con total impresión.

—Pensé que te quedarías con Adam en su casa, ya era muy tarde —me dice, sujetándome la cara con amor—. Necesito irme, ahora.

Eva me sonríe y me da un pequeño pero amable "hola". Eva era la vecina de enfrente, era una mujer de treinta años aproximadamente, tenía una hija que se llevaba muy bien conmigo, pero la veía muy poco puesto que tenía su propio grupo de amigos y a veces sentía que me trataba por lástima.

Un viaje sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora