2 - Demasiado evidente

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Sherlock pasó por una etapa de incredulidad y después de negación, porque la respuesta más lógica no siempre es la más fácil de asimilar.

Las semanas sucesivas a su unión fueron extrañamente difíciles para Holmes. Él jamás había estado enamorado antes y mucho menos había tenido algo similar a una pareja y de pronto encontraba que todas aquellas cosas de la vida cotidiana que ya estaba acostumbrado a hacer junto a Watson le daban una extraña vergüenza y la convivencia se hizo incómoda. Sherlock no sabía qué hacer ni cómo reaccionar y ver que John era capaz de manejar la situación con soltura, algo que él, la fría y perfecto máquina calculadora, era incapaz de hacer hería enormemente su orgullo. La realidad detrás de todo aquello era que su corazón latía desbordado cada vez que veía a su compañero y controlar sus propias reacciones era cada vez una tarea más complicada.

Besar sus labios era como beber agua después de atravesar un desierto y no tenía nada que ver con el celo. Era su voz, su personalidad fuerte y explosiva, su baja estatura, sus expresiones de rabia y su bondad, era su humanidad, que no se parecía a ninguna otra que hubiera conocido. Amaba lo humano que era Watson de un modo que solo hubiera odiado en otra persona que no fuese él.

Cada vez que lo besaba, sacaba una sonrisa de los labios de John y aquella sonrisa era tan dulce que lo hacía enloquecer y despertaba sus deseos más oscuros. Pero Sherlock se negaba a caer, tenía miedo a caer y por eso no había vuelto a hacer nada más allá de besarlo en privado, donde nadie podía verlos y cuchichear, y donde pudiera serenarse tras aquel huracán de sensaciones que le producía. Le inquietaba pensar que eso no fuese suficiente para Watson, porque en realidad ni siquiera era suficiente para él.

Se odiaba por ser tan cobarde y lo expresaba solo del modo infantil que sabía hacer, enfrascado en sus casos, reprendiendo ácidamente a John cada vez que se equivocaba o lo evitaba, y reclamando su atención a gritos.

A pesar de que se trataba de un primer comienzo tosco y a trompicones, Holmes estaba feliz y veía avanzar poco a poco la relación de una forma casi imperceptible, pero que se traducía en pequeños gestos como que ya podía ver a Watson al despertarse sin sentirse avergonzado por tener todo su cabello rizado alborotado o que podía pasearse de nuevo desnudo, envuelto únicamente con una manta, como hacía a veces cuando su traje favorito se había manchado y estaba esperando a que se secase.

Todo iba bien a su modo hasta que comenzaron los primeros indicios. Watson, que siempre se despertaba antes que él, comenzó a dormir profundamente durante más tiempo y cuando Holmes intentaba despertarlo John se enfurecía y a veces le pegaba una manotada para apartarle, y cuando despertaba por su propio pie no parecía recordar nada de aquello.

Sus pezones se marcaban grandes y turgentes a través del camisón y aunque Sherlock pensó al principio que tan solo era su lujuriosa imaginación lo cierto era que era innegable que parecían estar hinchados y a veces, cuando salían a resolver algún caso, notaba como Watson se recolocaba la ropa, incómodo cada vez que le rozaba esa zona.

Sin embargo, todas sus señales de alarma no saltaron hasta una mañana en la que John extrañamente se había levantado de buen humor. Estaba espléndido y radiante como una flor mojada por el rocío. Se había acercado a Sherlock, que estaba en su sillón tomando el té del desayuno y le había besado, tan dulcemente que las mejillas de él había enrojecido al instante, y tuvo que tragar saliva después de aquello para recobrar la compostura.

- Buenos días, Holmes. ¿Has hecho té? - dijo mientras se servía una taza y antes de que Sherlock pudiera contestar John dio un sorbo y puso cara de asco mientras bajaba la taza y miraba el contenido con cara de desconfiada. -¿Qué demonios le has echado? ¿Es otro de tus experimentos? ¡Sabe a rayos!

Los ópalos de Baker Street [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora