4 - No es suficiente

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Lestrade los miraba desde el otro lado de la mesa, suspirando pesadamente. Sherlock y Watson estaban sentados, cubiertos de lodo. John cruzaba los brazos con rostro tenso y miraba de vez en cuando de reojo a Holmes, quién se estaba quitando el barro de la cara con un pañuelo.

- A veces me pregunto, caballeros, qué narices se les pasa por la cabeza al hacer lo que hacen. ¿Ahora son asaltadores de tumbas? Del señor Holmes me espero ya todo, ¿pero usted, doctor Watson, no se supone que está en estado?

John se mordió un segundo el labio intentando contener la ira que se empezaba a agolparse en su cabeza, pero sabía que era un intento vano y pronto comenzó a gritar con una voz firme.

- ¡Por última vez, no estoy inválido! ¡¿Por qué todo el mundo piensa que me he convertido en un inútil solo porque estoy preñado?!

- Mm, John...- intentó hablar Sherlock para tranquilizarlo.

-¡Cállate, Sherlock! - gritó aún más fuerte si cabe y no había forma que su orden no hiciese callar a su pareja del mismo modo que un niño que ha sido malo no es capaz de desoír la bronca de su madre.

El inspector se quedó durante unos momentos estupefacto, sin saber qué decir o cómo seguir con todo aquello. Después de todo, aunque hubiesen sido acusados de asaltar tumbas, cosa cierta e innegable, no podía tenerlos mucho tiempo retenidos. Siempre era sí, ellos caminaban en la cuerda de la ley y saltaban de un lugar a otro de ella a su antojo, a veces sin motivo aparente. Y Lestrade, quién confiaba plenamente en Holmes a pesar de no entenderlo, era la cabeza de turco que se llevaba todas las broncas de sus superiores y quien encubría todos los problemas que ellos causaban.

- Todos queremos irnos a casa - dijo finalmente Lestrade, esta vez con una voz cansada y conciliadora, en lugar del tono de reproche que había usado anteriormente. - Solo quiero saber qué hacían ahí y prodemos marcharos.

- Alguien me lleva siguiendo desde hace dos semanas. - dijo Sherlock. - Solo cree un ambiente propicio para poder atraparlo y lo habría hecho sin duda si ese estúpido guardián del cementerio no se hubiera interpuesto.

- Él dice que no había nadie más en el cementerio a parte de ustedes.

- ¡Oh, vamos! ¿Y vas a fiarse de la palabra de un tuerto, que además siente aversión hacia mi persona?

- Si no se dedicase a entrar de tanto en tanto en el cementerio para coger partes de cadáveres para sus experimentos tal vez el hombre le tendría en más alta estima.

La mirada sorprendida de Watson se clavó en el rostro de Holmes, quien no dijo nada al respecto, pues era cierto y no creía que fuera una acusación por la que debiera defenderse. Estudiar los distintos procesos de descomposición y otra serie de pruebas requería en ocasiones especímenes de estudio y eso era todo. John de repente se explicó muchas cosas, como de dónde sacaba los miembros amputados y las cabezas que a veces aparecían en casa como si setas hubiesen brotado alrededor de un árbol y también por qué Sherlock guardaba una pala en su armario.

Al final, después de dos horas de interrogatorio inútil, por fin Sherlock y John salieron de la comisaría con una dignidad impropia de la andrajosa apariencia que presentaban.

Nada más llegar a casa, Sherlock se metió en la bañera para quitarse toda la porquería, tumbándose en ella, con el cuerpo sumergido en el agua y sus largas piernas sobresaliendo por uno de los extremos, así como sus brazos colgando fuera de la bañera. Sherlock apoyó la cabeza para descansar y cerró los ojos. Necesitaba pensar. Su plan para descubrir al acosador había sido truncado y esa persona, un hombre, habría jurado por lo poco que había podido ver durante su persecución, fuese quien fuese, había escapado y seguía suelto y seguramente al acecho con algún propósito que Sherlock desconocía. Había descartado hacía mucho tiempo que se tratase de un periodista y la inquietud empezaba a creer dentro de él al sospechar que nada bueno debía tramar. Por otra parte estaban los dos asesinatos, porque de lo único que estaba seguro es que habían sido asesinatos, cuya relación aún no lograba hilar y ni siquiera tenía aún ningún sospechoso.

Los ópalos de Baker Street [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora