8 - Lamentable accidente

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Solo engañándose a sí mismo conseguía apenas John mantener la tranquilidad, diciéndose que no estaba nervioso y que estaba preparado para enfrentarse a su hermano.

Las calles de Londres estaban muy bulliciosas a esas horas y el sol brillaba cada vez más fuerte, hasta el punto que resultaba molesto incluso con el sombrero puesto y Watson tenía mucho calor. Había intentado tontamente camuflar su avanzado embarazo con un abrigo que bien podía haber pertenecido a Mycroft, y se sentía ridículo, tan ridículo como cuando llevaba puesto el bigote postizo, que había decidido ignorar en esta ocasión ya por exceso de exageración.

Henry Watson vivía en realidad no muy lejos del centro de Londres, en la antigua casa que había pertenecido a sus padres durante sus primeros años de casados, pero que habían abandonado una vez muerta la madre para irse a Australia.

El edificio desde fuera se veía lamentable, tanto que John sintió una punzada en el estómago. No tenía recuerdos infantiles en aquella casa, pero no dejaba de doler la perspectiva de que su hermano estuviera viviendo en unas condiciones tan deplorables, que habían empeorado incluso desde la última vez que se había visto.

Se detuvo en la puerta y suspiró con fuerza, armándose de valor para tocar a la puerta. Tardó unos agónicos segundos, pero cuando lo hizo, no hubo respuesta. John lo intentó una segunda vez sin éxito y finalmente empujó la puerta para descubrir que estaba abierta. Un mal presentimiento, como un latigazo en su espina dorsal, llegó y le hizo moverse con rapidez. Subió las escaleras corriendo, agarrándose de la barandilla para darse más impulso y así, en un segundo, con el ruido estrepitoso de sus pies y las maderas chirriando, llegó a la biblioteca, donde se detuvo en seco al ver a su hermano.

No pudo evitar poner una expresión desolada. Había visto a moribundos con aspecto más saludable que el de Henry. Ojos desorbitados y perdidos por el alcohol, ojeras tan negras que parecía que la piel se hubiese podrido, dejando dos cuencas negras a la vista, el pelo demacrado, la piel macilenta y pintada al hueso.

John tuvo que apartar la mirada mientras unas lágrimas acudían a sus oscuros ojos azules. Apretó los puños intentando calmarse y que no dejarse llevar por las emociones que le golpeaban como un huracán.

- ¿Qué haces aquí? Márchate o llamaré a la policía, si es que no te has tirado a todos los guardias de la ciudad.

- El señor Holmes no es un policía, y esta también es mi casa. - respondió con tono pausado, que se oyó doloroso entre los ruidosos jadeos que producía al intentar regular su respiración. No cesaba de pestañear para evitar de ese modo llorar.

- Siempre has sido así, John. Entras y sales de la vida de los demás según te viene en gana. Si padre estuviera vivo y te viera...

- ¡¿Qué, Henry, dime, qué pasaría?! ¡¿No estaba satisfecho cuando me marche al ejército y ahora no lo estaría porque soy omega?! ¡¿Es eso?! ¡Nací así, ¿sabes?! ¡No puedo ser algo que no soy! - estalló.

- Madre...- comenzó a decir con voz desgarrada - nunca pudo recuperarse de tu parto. Al poco tiempo murió y nos dejó solos. Padre pensaba que al menos este nacimiento habría servido para algo.

- ¿Es que no soy lo suficientemente válido por ser omega? Nunca lo supe hasta que cumplí veinte años. Yo me esforcé como el que más y también fue una decepción para mi, y me alegré cuando los síntomas del celo no se volvieron a manifestar. Me había olvidado de mí mismo, de mi propia naturaleza, volcado en ser una persona fuerte.

John se fue acercando conforme iba hablando hasta estar a escasos centímetros de su hermano, al que miraba desde arriba, de pie, mientras él permanecía sentado en el sillón. Y siguió hablando pausadamente, desnudando su mente, enfrentándose a la realidad.

Los ópalos de Baker Street [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora