20 - Aniversario

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Irlanda realmente no se distinguía tanto de Inglaterra, pero desde luego Galway no se podía comparar con Londres. Le faltaba ese bullicio constante, ese ambiente enrarecido, a veces enfermizo, esos interminables misterios entre callejuelas familiares.

Añoraba cada centímetro de la ciudad que había dejado atrás, desde los barrios más podridos a las calles más selectas, ese había sido su territorio. El suyo y el de él.

Cómo dolía pensar en él y sin embargo cada día no dejaba de rememorar todos y cada uno de sus rasgos. Cerraba los ojos e intentaba evocar el tono de su voz, hablando, riñendo, riendo. Ningún hombre que pudiera haber visto en aquella nueva ciudad le recordaba a él ni nadie jamás lo haría porque era único, no había otro Sherlock Holmes, y daba gracias al cielo por ello y a la vez lloraba de desolación.

Ese día se cumplía un año, un año desde que lo abandonó, y sentado en el borde de su cama, mirando la pared de enfrente, John no podía evitar recordar esos momentos.

Se había ido aprovechando la oscuridad de la noche, como un ladrón, un fugitivo perseguido, arrastrando una maleta en la que cargaba tres años de su vida. Era un peso muy ligero para tanto tiempo: unos pocos trajes, dos pares de zapatos, algún instrumental médico y un bigote falso. No había querido llevarse nada más, nada que hubiese podido pertenecer también a Sherlock y eso incluía los escasos regalos que le había hecho en alguna ocasión, que hasta ahora habían sido el tesoro más preciado de John. El que más le dolió abandonar sin duda fue la máquina de escribir que Holmes le había regalado en el primer cumpleaños que había pasado a su lado. Era una maravilloso instrumento último modelo, una preciosa Crandall negra pintada a mano. Había sido una especie de broma de Sherlock, que se la había obsequiado burlándose sobre que con ella podía plasmar la admiración que sentía por él. Fue así como Watson escribió su primera crónica sobre Sherlock Holmes, Estudio en escarlata, y era en ella en la que había escrito todas las historias que habían fascinado a sus lectores. Y ahora la había dejado para siempre.

Había pensado en destruirla antes de irse, lanzarla al fuego de la chimenea y que el gran detective encontrase sus restos hechos carbón. Eso sin duda le hubiese dolido mucho a Sherlock, aunque solo fuese por lo cara que le había costado, pero no había tenido estómago para hacerlo. Y sin embargo se había atrevido a destrozar el violín de Sherlock. A pesar de sus súplicas, lo había hecho, y mientras lo hacía había sentido un extraño regocijo y se había asustado de sí mismo, de la oscuridad que había en él. Realmente sí le guardaba rencor a Holmes y no podía odiarse más por ello.

Pero la realidad era que sí se había llevado algo que le pertenecía a Sherlock, una única cosa, escondida en el fondo del bolsillo de su abrigo, que tintineaba mientras arrastraba su maleta. Tuvo que hacerlo, no por él, sino por ella.

El sonido de un cascabel seguido de un golpe seco contra el suelo y unos balbuceos interrumpieron los pensamientos de John.

- Ma-má, mamá.

Watson se levantó, cambiando su rostro lúgubre por un sincero rostro sonriente y puso las manos sobre su cadera, viendo como la niña se asomaba por la cuna. Se mantenía de pie sosteniéndose en el borde con las manos. Tenía su frondoso pelo dorado y rizado alborotado de estar tumbada, como un penacho de oro, y le miraba con sus enormes ópalos azules llenos de vida y color.

- ¿Qué te he dicho de ponerte de pie en la cama, jovencita? Ya has vuelto a tirar el sonajero. - le reprendió amablemente John mientras se agachaba para recoger el juguete de plata con mango de nácar. - Tienes que tener cuidado, cariño, es un recuerdo de papá.

- Pa-pá. - repitió Ella y después sus ojos se achinaron al sonreír. Watson no pudo más que corresponder a su sonrisa con un cierto deje de tristeza mientras le acercaba el sonajero para que ella lo agarrase con fuerza, cerrando su mano en un puño.

Los ópalos de Baker Street [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora