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— ¡Por favor, Thomas! ¡Será divertido!

La fiesta de Halloween que organizaba la escuela era sinónimo de aburrimiento para Thomas; es más, cualquier fiesta en sí. Él prefería permanecer en casa, abrigado hasta las narices viendo alguna película vieja que pasaban en aquel canal de paga al que se suscribió un mes antes, a tener que usar un ridículo disfraz y bailar bajo las luces fluorescentes de las típicas fiestas adolescentes. Bueno, a decir verdad, con disfraz o sin disfraz, lo detestaba.

Eso no quería decir que era un asocial y amargado de la vida, si no alguien más de buscar "comodidades" o, como siempre le decía Kaya, su mejor amiga, un "flojonazo aburrido".

— Durante estos 10 años que llevamos siendo amigos, ¿alguna vez he dicho que sí a una petición como ésta?

— Eres un flojonazo aburrido.

Thomas rió entre dientes mientras veía a Kaya hacer un puchero. Era divertido rechazarla, aunque le daba lástima observar la cara de desilusión de la castaña, la cual nunca se rendía (a pesar de que siempre fracasaba con sus intentos).

— Y durante esos 10 años nunca —dijo y pausó su enunciado para tomar una bocanada de aire —, NUNCA has ido a una fiesta conmigo.

Kaya alzó los brazos al hacer énfasis en la negativa de Thomas de pasar el rato con ella como adolescentes normales, pero eso no sirvió para que el rubio accediera.

— Y nunca lo haré —replicó guiñándole un ojo y tomando la pajilla de su malteada con los labios —. ¿Qué te hace pensar que esta vez aceptaré?

Kaya mordió su empanada de carne y masticó lentamente mientras emitía un sonido desde su garganta haciendo ademán de estar pensando. La hora del almuerzo parecía eterna con solo ver a su amiga absorta en sus pensamientos. Era como si se detuviera el tiempo.

— El hecho de que éste es nuestro último año y cuando concluya cada uno irá a una universidad distinta y tomaremos caminos separados —añadió al fin haciendo una mueca de disgusto —. ¡Claro! A menos que quieras ir a ésta jodida fiesta conmigo, porque de ser así me inscribiré a la misma universidad que tú e iremos juntos a todas las fiestas que organizan las hermandades.

Thomas sorbió su jugo hasta expulsar un hórrido chirrido que anuncia que ya no queda nada más por absorber del envase.

— ¿Insinúas dejar de ser mi amiga si no acepto ir a una fiesta contigo? —dijo Thomas fingiendo un tono de indignación — ¡Cómo te atreves!

— Tómalo como quieras, cariño, que yo ya lancé mi última advertencia —. Kaya soltó una carcajada y arrojó una migaja de empanada en la cara de su mejor amigo, al cual nunca en la vida dejaría.

El rubio relajó los hombros y comenzó a comer de su ensalada en silencio.

— Además estará...

Thomas cerró los ojos unos instantes.

— No lo digas.

— ¡Isabella!

Apretó los labios y movió la cabeza de un lado a otro. Ella nunca olvidaba mencionar aquel nombre. Nunca.

— ¡Oh, vamos! ¡Llevas enamorado de ella desde hace mil años luz y nunca te has atrevido ha hablarle! —exclamó golpeando ligeramente la mesa del comedor —. Es la hora, muchacho. Podrías hasta bailar con ella.

No podía negarlo. Thomas vivía enamorado de aquella chica desde la vez en la que se sentaron juntos en el bus y ella le preguntó qué hora era. Eso sucedió hace unos 5 años.

Reflections © | DylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora