VI

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Las palabras trastabillaron en su lengua, provocando que balbuceos indescifrables emanen como exhalaciones de la boca de Dylan. Había olvidado por un instante qué demonios hacía allí, en aquel pulcro cuarto frente a un chico que acababa de conocer ayer. Todo entorno a él pareció ser un ínfima parte de su imaginación, sin embargo, cayó de golpe a la realidad.

— Me parece una buena idea —articuló Thomas sarcásticamente ante las precarias palabras del castaño, mientras se sentaba al borde de su cama. Sus mejillas seguían rojas, pero parecía que luchaba por conservar aquella actitud de indiferencia que tanto lo caracterizaba.

Dylan apartó con una mano los cabellos que caían sobre su frente y miró en otra dirección. Y es que lo que había pasado en la escalera minutos atrás lo dejó hecho un manojo de nervios, y por más que no quisiera dejarse en evidencia sabía muy bien que lucía como si estuviera fuera de lugar.

Parado en la entrada de la habitación y sin recordar cómo moverse, hacía la situación súbitamente mortificadora. Como en una parálisis del sueño. Se sentía pequeño, muy pequeño. Diminuto, como un ratón. La insinuación de la hermana menor de Thomas le había hecho brotar las miles de inseguridades que su interior albergaba con fuerza. Un asunto que debía tratarse e otro momento. No en ese.

— ¿Necesitas una invitación para poder pasar? — Arqueó una ceja el rubio, soltando una suave risa incómoda.

Dylan inhaló profundamente y se dijo a sí mismo que debía socavar dichas sensaciones que le hacían sentir insignificante.

Avanzó con vacilación y cerró la puerta tras de él. Los colores del tapiz que cubría las paredes del cuarto armonizaban con ternura y causaban en Dylan cierto confort. Pues él había escuchado decir a su profesor de psicología que los colores ocasionaban emociones en las personas.

Y ahí estaba Thomas, quien se veía ajeno a todo, pero a la vez muy próximo, juzgándolo con la mirada. Si el rubio fuera un color, Dylan no sabría decir con certeza cuál.

— Oh, bien, empecemos por lo básico —dijo el castaño sacando torpemente su teléfono del bolsillo trasero de sus pantalones de mezclilla —. Su número telefónico.

Thomas asintió con deliberada sorpresa. Las acciones de Dylan podrían ser muy predecibles para él.

El castaño estaba improvisando, a decir verdad. Supuso que ese sería un buen comienzo, y agradeció a Dios por tener amigos que podrían obtener el número telefónico de la muchacha por la que Thomas tanto suspiraba.

— Ella preguntará cómo fue que conseguí su número —comentó Thomas colocando una mano bajo su barbilla, con una mirada aburrida —. Me creerá un acosador.

Dylan reaccionó ante tal argumento. Era verdad, él no podía escribirle a la muchacha así, de la nada, cuando ella no tiene ni la menor idea de quién es. Todo luciría muy turbio.

El castaño chasqueó la lengua. Lamentó ser tan tonto. Era propio de Dylan el culparse por el más mínimo error. Cuando estaba distraído solía hacer las cosas mal. Es decir, casi siempre, según él.

Lo único que no comprendía era por qué Thomas no se emocionaba al menos con el hecho de que tendría el número de teléfono de la chica.

Y lo que Dylan no sabía era que Thomas ya lo tenía desde mucho tiempo antes.

— Entonces haremos que se conozcan —soltó Dylan tratando de mostrar una sonrisa, pero desatinando a la vez.

Thomas improvisó una expresión vaga de sorpresa.

Reflections © | DylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora