IV

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Se acomodó en el asiento de copiloto y se puso de espaldas contra la ventana para mirar directamente al chico que conducía.

— N-nos disparó... Alguién debe estar herido... Yo... Kaya... La policía.

Dylan miró de reojo a Thomas, quien parecía estar a punto de tener un ataque de pánico. Él también estaba asustado pero no era tan evidente, tal como el rubio estaba haciéndolo en aquel preciso instante.

— No, Thomas, nadie está herido —replicó el castaño mientras giraba en una curva —. Ese lunático no sería tan estúpido de dispararle a cualquiera de nosotros habiendo tantos testigos que saben dónde vive.

Thomas guardó silencio unos instantes. Tragaba aire por la boca como si cansado de correr una maratón estuviera.

— ¿Y si era alguna especie de narcotraficante que tomó la casa abandonada para esconderse? ¡Podría matar y escapar al instante!

Dylan chasqueó la lengua. Al parecer estaba reconsiderando la teoría que el rubio le planteó. Al cabo de unos instantes reaccionó que aquello sonaba surrealista y solo un melodrama más en toda la noche.

— Traía una escopeta, no algún revolver. Los narcotraficantes no son de usar armas así de pesadas... —titubeó.

El rostro de Thomas era una completa paradoja.

— ¡Son narcos! ¡Tienen de todo!

El castaño volvió a concentrarse en la autopista por la que conducía. Thomas se sentó erecto.

El silencio lo estaba ahogando, y aquello hacía que su mente no dejara de plantear miles de ideas. Hasta que al fin Thomas recordó otro maldito problema.

— Mierda, ¡se robaron mi auto! —recordó airado.

Dylan le echo otro vistazo a su acompañante y frunció el ceño.

— ¿Cuál de todos?

— Joder, ¡el jeep azul!

— Ah, la carcacha.

Thomas bufó. Solo él tenía el derecho de llamar carcacha a su auto.

— ¡Todo esto es culpa tuya!

Dylan seguía manejando en círculos y no se había percatado. Los nervios estaban ganando, y peor aún teniendo a aquel histérico chico a su lado que no hacía más que empeorar las cosas.

— ¿Qué? ¡Claro que no!

Thomas repasó en su mente toda prueba alguna para poder culpar a Dylan O'Brien de la desastrosa noche que tuvo.

«Lleven sus fantabulosos disfraces cuando la luna se estacione en el firmamento», recordó las palabras que soltó el castaño a través de los parlantes de la escuela una semana atrás.

Thomas llegó a la conclusión de que todo era un mensaje encriptado o algo por el estilo. Seguro esos disfraces se referían a sus verdaderos yo; y lo de la luna en el firmamento, a la medianoche. Es decir, el bullying programado para Jacob estaba planeado, y Dylan pasó la voz y el rubio nunca lo había imaginado.

— ¡La luna se estacione en el firmamento, lleven sus fantabulosos disfraces! —remedó Thomas cruzándose de brazos —. Tú organizaste la "broma" a Jacob y la hora en la que ocurriría —enfatizó la palabra broma con un grito.

Dylan detuvo el auto en seco. Ya comenzaba a hartarse. El cuerpo de Thomas se balanceó hacia adelante pero pudo sostenerse de su asiento para no golpearse contra el parabrisas.

Reflections © | DylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora