IX

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Dobló la bastilla de su manga con desasosiego, aunque su mente le reñía que efectuara movimientos monótonos él ya obtaba por la desesperación y su cuerpo se desconectaba de su cerebro por completo. Sus manos temblaban ligeramente y el calor asediaba a su alrededor, como si de un sauna se tratase. Thomas temía tener la camisa mojada por el sudor, pero en realidad no había execreción alguna, era solo su cabeza aumentando el nerviosismo que ya habitaba en él.

Levantó la mirada en busca de ayuda, hasta que la encontró. Dylan se había apropiado de una mesa al fondo del local. Cogiendo entre sus manos la carta y simulando estar interesado en ella, observaba de reojo al rubio sentado solo a varios metros de él. El castaño se encontraba allí solo para cerciorarse de que todo saliera bien, pero no era así.

Isabella Melling llevaba 40 minutos de retraso. Thomas estaba triste, demasiado. Había sido "plantado" en su primera cita. La primera de todas. Poco a poco llegó a sentirse como si se ahogara en una marea de desconsuelo, y no sabía qué hacer al respecto.

Dylan se percató de aquel problema. En realidad se había percatado 15 minutos antes pero optó por ser perseverante. No obstante, se cansó.

Dando largas zancadas, el castaño se acercó a su amigo y se sentó frente a él.

Se miraron en un impasible silencio. El ruido en torno a ellos era inaudible para ambos. Se sentía como al finalizar una función en el cine, cuando la multitud abandona la sala y la sume en una afonía llena de sosiego. Como cuando sabes que algo estuvo ahí pero ya no más, y te sientes solo, junto a una nostalgia que no sabes cómo apareció y por qué.

Dylan deslizó su mano lentamente sobre la mesa, deseando tocar con sus dedos la mano de Thomas, pero éste se levantó de su sitio abruptamente y tomando su mochila de un asa.

— Creo que es hora de irnos.

Thomas no dijo nada duarnte el camino y Dylan respeto esa decisión al imitarlo. La noche apenas aguardaba un par de estrellas, aún así no lucía completamente horrenda. La zona estaba relativamente desolada; las calles, las casas, los autos al pasar, todos parecían guardar silencio también y hacer más miserable la situación en la vida del rubio.

Thomas creyó ser un estúpido, sentía que lo era. Se había emocionado tanto por algo que luego terminó siendo un desastre. Era la primera vez que le pasaba algo así, y se sentía enojado. Consigo mismo, con Isabella, con el señor que le atendió en el cyber café, con Dylan.

... Con Dylan.

Miró al susodicho, miró sus mejillas coloradas por el frío, su expresión apesadumbrada. Lo observó desde todos los ángulos posibles sin que éste se diera cuenta, pero no encontró razón alguna para detestarlo.

En su lugar quería agradecerle.

Agradecerle las dos semanas que desperdició junto él, un chico marginado y despechado, todo para conseguirle una cita qué, llegado el día, nunca apareció. Se sentía mal por cuán malo y brusco fue con él. Quería pedirle que se fuera, que no se preocupara, que dejara de ser tan amable y, a veces, delicadamente sarcástico. Pero las palabras no salían de su boca. No salían porque temía quedarse solo una vez más bajo la luz de una luna austera.

— ¿Qué sucede, Tommy? —preguntó con una sonrisa al borde de una risa afable.

— Nada —musitó el otro, agachándo la cabeza y sintiéndo el calor en su rostro.

El silencio perduró hasta llegar a la casa de Dylan. Durante la caminata lo único que se escuchó fue el latir de cada uno de sus corazones, mientras que las voces de sus pensamientos se apagaban poco a poco.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2018 ⏰

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