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capítulo quince TWO BROKEN HEARTS IN THE BATHROOM - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
B I L L Y
Bryanne. Ese nombre podría parecerme una mierda sin importancia, como el de cualquier chica que se me cruzara en la escuela. Pero Bryanne no era eso, era esa chica rubia, la chica de Carmel. Quien no tenía esa mirada llena de lujuria al mirarme, quien no dejaba al descubierto sus ganas de acostarse conmigo; como era lo que siempre hacían las demás. Ella miraba a todos con una sonrisa, como si estuviera agradecida de la presencia de todos, como si en cualquier momento pudieran decirle adiós y ella no dejaría romperse.
Y yo odiaba eso, no quería ningún estúpido adiós. Yo la quería a ella. No quería que se rompiera porque a la vez me rompía yo. Igualmente era tarde porque ya no me miraba con una sonrisa, hoy me veía como la persona más mierda del mundo.
—Sé que me odias—murmuró muy bajo—. Pero jugar con esto ¿En serio, Billy?
Miré con atención cada uno de sus movimientos, mierda que nunca antes me gustaron tanto unas manos. Esto no es normal. Concéntrate idiota.
Con todo mi esfuerzo y sin costumbre de que mi brazo estuviera inmovilizado, tomé su mano cuando dejaba posado en el escritorio el paño.
—Sé que no me crees, pero esto es verdad.
Negó con su cabeza y separó nuestras manos como si su vida dependiera de ello.
—Tienes razón, no te creo—habló entre dientes—. Y no tengo porqué hacerlo.
Suspiré dejando caer mi cabeza hasta mirar el techo. Era verdad que en estos términos nunca más podría confiar en mí, pero ella necesitaba saber esto. No sabía si sería bueno, pero quería que lo supiera.
—Leí sus datos—expliqué con calma—. Y ¿Adivina qué? Nació en Indiana, Carmel para ser más específicos.
Me arrepentí de sonar tan firme porque ahora mismo su labio temblaba y parecía intentar de procesar mis palabras.
—¿Su...No-Nombre?—preguntó con temor.
—Adrien Martin.
Supe que no le pareció mentira cuando nos quedamos en un silencio incómodo, ella por su parte palidecía cada vez más como si de tanta impresión pudiera desmayarse. No soltaba ni una lágrima y como si lo tuviera ensayado dijo: —Entonces iré a verlo—tomó mi mano libre—. Iremos a verlo.
