Ya era tarde, para Bryanne era muy tarde. Y para ser sinceros a Billy no le importaba llegar, junto a su novia, a la hora puntual.
El californiano miraba a través de la ventana mientras gozaba de un cigarrillo en el reborde de su cama, el clima actual le hacía recordar la mañana en la que Bryanne lo conoció. Y en ese momento se sintió feliz de saber que la rubia, que hacía sonar continuamente el taconeo de sus zapatos, ahora mismo estaba junto a él.
—¿Qué estás esperando, Billy?—refunfuñó la rubia mientras pasaba la plancha ardiente por sus ondas—. Nos quedamos dormidos y tu padre ni siquiera nos despertó, sabes que se enfadará si no vamos.
El chico, en respuesta, suspiró. Sabía que la terca de su novia tenía razón.
—¿Qué tiene de importante esa estúpida fiesta?
Bryanne paró de alisar su cabello y lo miró sin saber qué decir.
—Supongo que para ellos es importante—se encogió de hombros retomando el trabajo—. Quién sabe, tal vez es un logro eso de cumplir un año de casados.
Billy hizo una mueca de total desaprobación, y mientras tanto apagó el cigarrillo en el cenicero.
—Es una mierda.
—¿El qué?
—C-Ca-sarse—aclaró—. Es decir...¿Tú que piensas?
Si bien podían tener diferencias, él sabía que hablar de este tema podía ser riesgoso. Incluso no quería mencionarlo, sólo había salido como si nada. Y temía que su novia pensara diferente y de tal forma, no quisiera seguir con la relación. Así de inseguro era Billy.
—No me importa tener un anillo, los presentes, un...vestido—explicó la rubia—. Creo que a pesar de todo eso, si quieres a alguien no te va a importar tener una celebración en la que solo dirán sí y todos aplaudirán.
El californiano pestañeó varias veces, llegaba a tener la visión de que ella soñaba con una gran boda; pero su repentina confesión lo hizo sonreír.
—¿Puedes ayudarme?—preguntó tímidamente la chica de Carmel, mostrándole el cierre de su vestido celeste.
Billy se acercó a ella con lentitud y antes de subirlo, sonrió divertidamente mientras tomaba la cintura de Bryanne.
