𝗖𝗔𝗣Í𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗢𝗖𝗛𝗢

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Cuando la celda se abrió ante mí, no pude evitar poner mis ojos en un violeta intenso, siendo aquella una señal los ángeles guardianes que custodiaban la puerta de que Kate no era de fiar. Ellos asintieron agradecidos por una advertencia de lucha. Ver a mi madre después de todo el daño que causó no me agradaba en lo absoluto, pero debía hacerlo en algún momento, y mejor ahora que nunca.

Inspiré profundo para no cometer una locura y la puerta se cerró al instante que ingresé. Si me sucedía algo se darían cuenta inmediatamente, así que inspiré profundo llevando mis manos a mi cintura, intentando mantener el control.

— Querida, puedo sentir tu magnífico poder desde aquí.

La escuché hablar después de tanto tiempo, y bufé en respuesta. Continuaba llevando esa melena rubia sobre los hombros, mostrando aquella sonrisa cínica tan característica de su desquicio. Pude notar el evidente asombro adornando sus ojos.

— Nyx. —llamó suavemente—. Los rumores corren, cielo, incluso permaneciendo en el purgatorio. Has ido con Peter Hale.

— ¿Qué quieres de mí esta vez, Kate? —realmente no quería discutir con ella, así que simplemente me crucé de brazos sobre el pecho para guardar la calma. Pero no lo conseguí.

— Nyx Argent. —murmuró, acercándose lentamente a mí.

Inmediatamente, la rabia corrió por mis venas de manera majestuosa y apreté mis puños para no regalarle un precioso puñetazo en el rostro. Estaba consiguiendo molestarme. Kate estaba al corriente que el insignificante apellido Argent ya no existía para mí. Soy una Hale, y siempre Hale. Era un tributo legendario.

El apellido con el que me nombrarían por el resto de mi vida, por toda la eternidad, y mi madre obviamente lo sabía.

Solo quería provocarme.

— Nyx Hale. —corregí, entre dientes—. Tú lo sabes.

— Oh, vienes a decirme eso cuando hace años me rendías tributo. Hace algún tiempo, entregabas tu vida por una de las familias más poderosas de las dinastías dispuestas a cazar a los hombres lobo. —suspiró, con falsa tristeza—. Es una lástima que te metieran paradigmas tan asquerosos en la cabeza, querida hija mía.

— Cállate de una vez, si vas a hablar conmigo entonces dime qué quieres de mí. No tengo todo el día.

— ¿Querer de ti? — bufó, frunciendo el ceño—. Lo único que quiero de ti es que me saques de esta pocilga y que me devuelvas a casa, pero sé que no es nada sencillo. Nunca te he amado.

Se levantó de la cama, cruzándose de brazos

— Hagamos un trato: yo te ayudo a derrotar a mi amadísimo padre y tú, mi querida hija, me sacas de aquí.

Un silencio abrumador gobernaba la sombría habitación. Kate parecía convencida de que aceptaría semejantes términos. Nunca pasaría. Eventualmente, avancé hacia la salida ofreciéndole mi espalda; jamás bajé la guardia mientras avanzaba. Los ángeles guardianes estaban aguardando por instrucciones. Pude divisar, al final del corredor, a mi querido Jinete Fantasma también esperando.

— Lo siento, Kate. Pero soy un arcángel. —la miré, por encima del hombro. No podía ser manipulada nuevamente—. Soy la mano derecha de Dios, y puedo encargarme de esto yo sola.

Dicho aquello, me marché sin mirar atrás.

Dejándola confundida y con los puños apretados. 







𝗟𝗶𝗻𝗮𝗷𝗲 𝗛𝗮𝗹𝗲²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora