¿Un final diferente?

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  • Dedicado a A Daniel.
                                    

Fue terrible escuchar ese sonido. El de su caída. Como en las películas sucedía en cámara lenta. Todas las energías con las que había disfrutado de mi vida se esfumaron. Sentía que en mi cuerpo el shock se hundía con saña. Lágrimas ardían furiosas en mí, parecía que los gritos que inundaron el silencio no eran míos. Sin embargo lo eran, lo eran...

 

— ¿A dónde vamos, Daniel? — pregunté sin mucho interés. Estando con él, no me importaba en lo más mínimo en donde estuviéramos.

— Quiero celebrar nuestros dos años de matrimonio de una manera inolvidable. Necesito demostrarte lo feliz que me has hecho en este tiempo, no hay momento que no celebre que te hayas enamorado de mí.

— Eres demasiado romántico — suspiré. — Espero que sigas siendo así cuando Natalia empiece a hacerse notar en mi vientre.

— Cuando eso pase estaré tan cerca de ti, que te hartarás — rió acariciando mi poco abultado estómago.

  Nos dirigimos hacia la carretera, me encantaba propinarle tiernos besos en el cuello mientras él manejaba algo nervioso por mis caricias. Detuvo el auto en seco y atrapó mi cabello entre sus manos, me beso con furia envolviéndome en su cuerpo.

— ¿Podrías controlarte un poco? Al menos hasta que lleguemos — me preguntó con una sonrisa burlona.

— De acuerdo — me resigné enojada cruzando los brazos. Él se echó a reír.

  Llegamos a una clase de bosque que la verdad me daba un poco de miedo. Estaba a punto de preguntarle si de verdad creía prudente que estuviéramos en medio de la nada, hasta que unas pequeñas luces llamaron mi atención. Mientras nos acercábamos mi asombro crecía. Las luces nos guiaron a una pequeña mesita colmada de velas, comida y vino. Todo ahí se iluminaba de forma acogedora, mi temor se desvaneció. Me ruboricé.

— Oh — expresé casi sin aliento — esto es hermoso, me siento atrapada en una fantasía. Te amo profundamente.

— Y yo te amo a ti, Paula. Eres mi musa, y quiero que estés conmigo siempre. — respondió mi esposo.

— Nunca nada nos va a separar. Nuestra hija llegará a nuestras vidas a unirnos con más fuerza — le acaricié la mejilla y lo besé.

  Resta decir que vivimos una velada inolvidable; hablamos por horas de cómo nos conocimos, de la reacción de nuestros padres, de cuando me propuso el casarnos, etcétera. Conversar con él era incluso más fácil que respirar. Me necesitaba tanto como yo a él. Por fin iba a tener esa familia que tanto deseaba.

— Paula, cierra los ojos — dijo de pronto.

— ¿Por qué?

— Confía.

  Cerré los ojos como me indico, sentí rápidamente su mano rozar la mía. Me puse nerviosa al sentir el contacto frío de lo que suponía era un brazalete. No pude evitar abrir los ojos ante esto, mi muñeca estaba adornada por una hermosa pulsera que tenía nuestras iniciales grabadas. La admiré con deleite por un minuto.

— Gracias, mi vida. Esto es bellísimo...

  Lo abracé aspirando el delicioso aroma adherido a él. Me colgué de su cuello y apreté mi boca contra la suya. Trasmitiendo lo que no podía con palabras.

...

— Sube al auto, cariño.

— Solo recojo esto y... — se detuvo Daniel. Estaba terminando de recoger las cosas para dirigirnos a casa. Eran las seis de la mañana.

— ¿Mi amor?

  Sentí que alguien ajeno posaba su mano en mis hombros. Me separé como si hubiese sido fuego. Giré la cabeza con angustia y observé a un hombre robusto de gran tamaño. Su cara estaba cubierta por una máscara de payaso que nunca voy a olvidar.

— Bájate del auto — me ordenó con rudeza el desconocido.

— ¡A ella no la toquen! — escuché el grito de mi marido. Lo busqué con la mirada, venía hacia nosotros con el rostro cubierto de sangre. Un hombre delgado lo seguía por detrás, con un arma en la mano.

  Bajé del auto con rapidez. Daniel decía una y otra vez que todo iba a estar bien, que no iba a dejar que nada me pasara.

— ¿Nunca te atreviste a decirle nada? — habló el payaso — Eres un cobarde, mierda.

— Tu esposa sí que es bonita — se acercó a mí su compañero, besándome el cuello. Me mantuve rígida.

— No los escuches, preciosa, no los escuches — rogó Daniel.

— Por favor no me hagan daño, estoy embarazada... — me atreví a decir.

— Oh, qué lindo. El monstruo embarazó a la princesa — dijo el payaso.

— ¿De qué carajo están hablando?

— Perdóname, mi amor. Oh dios, por favor perdóname Paula. Te amo.

— Tu esposo no es lo que tú crees, y hoy venimos a cobrar venganza. Daniel, Estefanía te manda saludos.

  El hombre con máscara de payaso apuntó un arma hacía mí, cerré los ojos, era mi fin. ¿Qué maldita culpa tenía Natalia de esto? Oí un disparo sin sentir nada. ¿Así era como debía sentirse? Abrí los párpados y observé a los dos hombres huyendo ante mi mirada de extrañeza...

  Daniel.

  Bajé la vista y noté el cuerpo de mi esposo en el suelo.

  Muerto.

MiseryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora