Mirando a la nada

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Acá sentada,
miro a la nada,
como si estuviese
indiferente a lo que pasa.

Miro a la nada,
como si nada
me pudiera llegar a modificar,
o molestar.

Miro a la nada,
como si
no sintiera nada
como si
todo lo que me aterra
no existiera.

En realidad,
no miro a la nada,
como todos creen.
La verdad es
que mucho
está pasando por mi mente.

En realidad,
tengo muchos fantasmas
que me asustan,
que me confunden,
y me hacen perder.

La soledad que siento,
mirando a la nada,
pensando en lo que
me está matando,
me hace sentir
como una niña indefensa.

Es como si
mi escudo de siempre
se haya derrumbado y
ahora sí sufro,
ahora sí me siento
en un abismo
a punto de caerme.

Esta vez sí
que mi pecho
me pide por favor
llorar hasta desahogarse,
llorar hasta sentir que
el dolor ya tiene
más lugar dónde caber.

Si acaso llorara...
El dolor no desaparecería,
pero sí se renovaría,
y se haría más fuerte,
y más presente.
Por eso no lloro.

Siento que me pasa todo,
y nada a la vez.
La situación me atormenta,
y los días pasan
rápida y lentamente.
El día me pesa,
y la noche aun más.
El sol me molesta,
y la luna,
sólo me recuerda
lo sola que estoy.

El viento,
es mi opuesto:
liviano, puro y libre...
y real...
Pero algo nos une:
a ambos nos sienten,
pero no nos ven.

Acá sigo,
mirando a la nada,
en mi dimensión,
llena de monstruos,
colores oscuros,
nubes y piedras.

Acá sigo,
mirando a la nada,
hasta que alguien me habla,
y vuelvo a sonreír,
ocultando,
y resguardando, así,
a ese ser
que por dentro me está matando,
pero que ya es parte de mí.

Mailén Latorre

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