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Subí los escalones de dos en dos con la ilusión vigente de ver nuevamente a Fénix sin necesidad de tener que recurrir a un pedido fuera de lugar. Mayúscula fue mi sorpresa cuando lo encontré sentado en su cama, despierto y con el brazo extendido hacia Laura, quien le tomaba la presión sanguínea.

Con algo de cautela ingresé a la habitación sin hacer ruido; Laura dejó el tensiómetro de lado y giró, dándome la bienvenida:

─¡Hola Caro! ¿Cómo estás? ─me dio un beso y apoyando su mano en la parte baja de mi cintura me aproximó a la cama del paciente, el cual se había transformado en mi obsesión ─. Preguntaste por ella...pues ella es Carolina, quien estuvo leyéndote Cortázar cada noche de martes y jueves.

Avergonzada, acurrucada como un cascarudo, me refugié tras la espalda de la enfermera, quien oficiaba de nexo entre Fénix y yo.

Por primera vez vi sus ojos completamente abiertos. Un poco pálido, con unas marcadas ojeras y ceño fruncido, el morocho apenas pestañeó asimilando en silencio las palabras de Laura.

─Ho...la ─saludé con timidez. A la fuerza, la enfermera me colocó delante de su posición apoyando sus manos sobre mis hombros.

─En cinco minutos paso a buscarte ─ella susurró a mi oído.

Giré mi cuello con violencia, con el miedo de quedarme a solas con él implícito en mi rostro. ¿Pero acaso yo no le leía en soledad, en plena noche? ¿Por qué ahora que estaba consciente no aprovechar el momento?

Inmóvil, la vi retirarse de la habitación para dejarme al lado de Fénix, quien permanecía estático sentado a 90 grados en la cama.

─Bu...bueno ─comencé a balbucear, quitándome la cartera para dejarla sobre la silla de acompañante ─. Yo soy Carolina.

─Hola ─finalmente su voz vio la luz ─, yo...yo no sé quién soy ─lúcido por demás, sus párpados se abrían y cerraban con pesadez.

─Yo te llamaba Fénix ─temiendo al ridículo, mi lengua habló más rápido que mi cabeza.

─Lindo apodo.

─¿Cómo te sentís? ─avancé hasta sentarme a su lado. Él mantuvo su ceño fruncido evidenciando una jaqueca molesta.

─Creo que mejor de lo que me hubiera sentido meses atrás. La enfermera me dijo que zafé ─se sonrió y una hilera de parejos dientes asomó por primera vez desde que lo conocía. O creía conocerlo.

Fénix era por demás atractivo, pero no porque sus rasgos fueran fuertes y perfectos sino porque eran masculinos, imponentes, determinados.

Moreno, de pómulos altos y gran boca, causaba un magnetismo particular más allá de su identidad misteriosa de la que confirmaba, nada sabía.

─¿Es cierto que me leías a Cortázar? ─preguntó presionando sus sienes y en tono afligido.

─Sí ─ afirmé con pudor ─, es uno de mis escritores preferidos y pensé que sería de ayuda...

─Creo que prefiero literatura inglesa. Oscar Wilde. Charles Dickens.

─Entonces supongo que leíste "El fantasma de Canterville".

─Sí, en la secundaria ─confirmó para mi sorpresa. Parecía recuperar algo.

─¿Hay cosas que recordás de tu pasado?

─Son flashes, cosas vagas. Ese libro en particular aparece como una imagen borrosa sobre un pupitre junto a unas hojas escritas. Laura me dijo que en la semana van a coordinar la visita de una psicóloga que me ayuda a recuperar la memoria. Evidentemente no es amnesia, sino que se borró sólo una parte de mi vida, sobre todo lo de los últimos años.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora