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Para cuando me levanté a las 7 de la mañana con unas ojeras de película y el dolor de rechazo sobre mis espaldas; tomé una ducha rápida que borrara de mi mente la última pieza del rompecabezas que habíamos construido anoche.

Al salir del baño, el aroma a pan tostado despertó mi apetito y curiosidad; yo había dado rienda libre a Fénix en cuanto al uso de mi casa, pero jamás habría imaginado que lo haría tan pronto.

Obviando la invasión consentida, envuelta en el toallón y con el cabello desordenado y goteando caminé descalza hasta la cocina aprovechando el calor de la losa radiante del edificio encontrando que, efectivamente, mi invitado de honor estaba preparando tostadas y acababa de encender la cafetera.

─Hola...buen día ─saludó con delicadeza. Fue gracioso verlo con el repasador sobre el hombro, organizándolo todo como para tomar un buen desayuno.

─Hola ─me aferré a mi toallón, tomando conciencia por primera vez lo cerca que me encontraba de él y sin ropa interior debajo.

─Supuse que nunca tenés tiempo para tomar algo caliente y que lo hacés al llegar a la oficina. Viajar en ayunas no es saludable...─acusó con razón.

Me limité a sonreír acomodando un mechón de cabello enredado y empapado tras mi oreja.

─Vestite y te sirvo, ¿dale? ─natural, indicó que me retirase.

─Fénix...con respecto a lo de ayer...yo...bueno...─comencé a decir para cuando su palma en alto me detuvo.

─Carolina, no tenés que explicarme nada.

─...pero quiero hacerlo... ─avancé hasta quedar a pocos centímetros de su enorme figura.

Lejos de sentirme pequeña, alcé la mirada buscando aceptación.

─Necesito pedirte perdón por mi actitud. No es justo comportarme así...¡ni siquiera sabés si te agrada el café! No puedo pretender que comprendas tus sentimientos ─levanté el hombro, evocando su pérdida de memoria.

─Hubiera sido imprudente de mi parte corresponderte ese beso; sería confundirte y no quiero. No deseo que pienses que soy un aprovechador que toma ventaja de tu solidaridad. Y si me puse a preparar el desayuno es porque quiero colaborar. Hasta no tener guita no puedo hacerlo de otro modo.

─No hace falta que hagas nada.

─Sí, hace falta ─dictó. Inspirando profundo bajé la mirada y fui rumbo a mi cuarto a vestirme, aunque con el calor interno que sentía en ese momento bien podía serme útil la desnudez.

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Los días fueron avanzando; Fénix trabajaba hasta las tres de la tarde y sin perder un minuto, volvía al departamento dispuesto a lavar la ropa de ambos, limpiar la casa y dejar preparada la cena para salir a correr por plaza Las Heras.

Yo continuaba yendo al hospital, hacía las tareas monótonas de siempre y me perdía en el ala de neonatología, donde por lo general me quedaba mirando a través del cristal a los bebés clamar por libertad y contención.

Regresando a mi vivienda echando de menos las sesiones de lectura gracias a las cuales había encontrado a Fénix, esa tarde me propuse al llegar, quitarme las botas e ir a la cama sin comer.

Mi cumpleaños ya no era el de antes.

Generalmente lo festejaba en un salón grande, decorado elegantemente y con la consigna de que la vestimenta sea atentamente escogida. Brindábamos con champagne del costoso, abría los obsequios frente a los presentes y nunca éramos menos de 60 personas, entre familiares y amistades.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora