Éxtasis

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Ese mismo fin de semana, la noche del sábado, monté una quedada con toda la clase para presentarla. Fuimos por todos los bares de Marina y acabamos en un antro-discoteca donde se juntaba toda la gente alternativa de Barcelona. Tatuajes, piercings y pelos de colores eran lo normal del local. La música, a todo volumen, se te metía por dentro del cuerpo y hacía que tus entrañas vibrasen. Te hacía sentir vivo.

Nos sentamos en unos sofás en forma de L que encajaban en un esquina. En poco rato la mesita que teníamos delante se había llenado de cervezas vacías y vasos que, poco tiempo antes, habían albergado mezclas imposibles de alcohol. Las chicas se levantaron y fueron al centro de la pista mientras que los chicos pedimos otra ronda más. No podía evitar que mis ojos fueran hasta el sitio de la pista donde ella bailaba. Era hipnótica. Se desplazaba por el suelo de forma que parecía que flotaba, fusionándose con las luces de colores y el ambiente, haciendo que su cuerpo expresase perfectamente lo que la música decía. Cualquiera que estuviese viendo la escena habría tenido ganas de jugar, dudar, pensar o imaginar. Expresaba mucho más que cualquiera de las obras de arte que habíamos visto esa mañana.

No pude más. De un sorbo me bebí lo que me quedaba de cerveza y el chupito de absenta que me estaba reservando. Me levanté y animé a todos los chicos a ir a la pista. Empecé bailando con todo el mundo un poco, fijándome de vez en cuando en ella, hasta que nuestras miradas conectaron. Ella también me observaba. La mire fijamente y ella se giró, dejando de bailar con el desconocido con el que estaba, y con una sonrisa muy provocadora en sus labios siguió bailando, tocándose el pelo y manteniendome la mirada con sus preciosos ojos verdes. Cogí todas las fuerzas que la bebida me podía dar y fui hacía donde ella estaba.

En el momento en que sentí la calor que su piel emanaba supe que me había metido en una zona totalmente distinta de la discoteca. Era un remolino de sensaciones donde yo era su conejillo de indias. Todo desapareció a mi alrededor. Ella te atrapaba, te distraía y hacía que no quisieras otra cosa que no fuera sentirla. Únicamente existía esa danza de movimientos en la que estábamos sumidos y que creaba un momento totalmente mágico, un mar donde no te importaba hundirte, un espacio que te evadía de la realidad, que te sorprendía y a la vez te hería internamente. Un torrente de sensaciones totalmente nuevas a las que había sentido hasta ese momento. Aún así, no quería parar. Quería más.

Abstracción de un amor autodestructivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora