Cúlmen

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En un momento de locura acerqué mi cara a la suya. Me detuve, esperando una evasiva directa que me destrozase y me dejase claro que no tenía ningún tipo de posibilidad. Pero ella no se apartó. Empecé a sentir su aliento, entrecortado debido al esfuerzo de bailar, en mi mejilla. Sus movimientos empezaron a calmarse y lo que habían sido movimientos frenéticos hasta hace un momento pasaron a ser leves tambaleos entre la pierna derecha y la izquierda. Siguiendo este ritmo lento se giró, dándome la espalda pero sin alejarse. Nuestros cuerpos seguían tocándose. Ella empezó a tocarse el pelo con las manos y una brisa de olor a vainilla me inundó los orificios nasales apartando el olor a rancio y a sudor que predominaba en la discoteca.

Me aventuré a poner mis manos sobre su cintura y ella, al notar el contacto, se giró y me sonrió. Puso sus brazos alrededor de mi cuello. Nuestras narices se rozaron y fue en ese momento en que me atreví a juntar mis labios con los suyos.

Ese instante fue como un choque de trenes. La liberación de dos bestias salvajes que habían estado enjauladas por demasiado tiempo. Pura adrenalina. Nuestras lenguas se empezaron a abrazar y el torrente de palabras que desde esa mañana había estado reservando se desmoronó. No hacía falta decir nada. Ese beso fue como tocar el cielo. No, fue mejor...fue tan ardiente como el mismísimo infierno.

Esa noche acabamos en mi piso. Marc, uno de los chicos con el que vivía, estaría jugando al League of Legends o el World of Warcraft, así que no nos molestaría y Leo estaría encerrado con su novia Elena en su habitación. Fuimos directamente a mi habitación, entre besos, risas, caricias y algún que otro golpe. Parecíamos dos niños pequeños que se estuviesen ocultando de sus padres.

La habitación estaba a oscuras pero la luz de una farola de la calle iluminaba levemente su silueta. Parecía etérea, demasiado bella como para ser real. Como un ser sacado de alguna novela. Se me quedo mirando un momento y emitió una carcajada.

- De que te ríes? - Pregunté extrañado.

- De que se te va a caer la baba.

- ¿A sí? - Corrí hacía ella y la cogí con ambos brazos levantándola del suelo.

- Y ahora qué, ¿Eh? - Empezó a suplicarme que la bajara entre carcajadas cuando oímos golpes en la pared y una voz que nos decía.

- ¿Podríais bajar el volumen? No estáis solos, ¿sabéis?

Entre risas la bajé. Ella se empezó a sacar la camiseta y yo hice lo mismo con la mia. Me senté en la cama y ella se puso encima de mi, besándome el cuello. Le desabroché el sujetador torpemente y cambiamos de postura, quedando ella con la espalda en la cama. Me saqué el pantalón quedándome en bóxers y empecé a besarle el abdomen bajando hasta llegar a su cintura. Allí me paré y bajé la cremallera de su pantalón. Lancé los tejanos rotos por el suelo y seguí mi recorrido.

- Allá vamos .- La oí decir para sí misma. Alcé la cabeza y le pregunte con una sonrisita en la cara.-¿ Tienes miedo?

- ¿Miedo yo? Já, me río en la cara del miedo.- Dijo imitando a Nala del Rey León.

- Pues deberías.- Le contesté.

Esa noche no dormimos. A las 7 de la mañana, mientras yo seguía estirado en la cama ella se había puesto una camiseta mía, se había encendido un cigarrillo Lucky Strike mentolado y miraba por la ventana como Barcelona empezaba a despertarse. Se giró hacia mi.

- Debería ir yéndome. Mis compañeras de piso deben estar preocupadas.

- ¿Ya te vas?.- Le contesté poniendo tono de pena. Ella ya se estaba vistiendo.

- Tranquilo, pequeñín. Esto no es un hasta nunca. Recuerda que vamos a la misma clase.

- ¿Pequeñín? creo que esta noche tu has estado con otro chico.

- Tampoco te flipes, rubiales.- Me dijo esto mientras se apoyaba en la cama para darme un beso en los labios.- Nos vemos.

Dijo esto y se fue, dejándome solo. En ese momento no lo sabía, pero lo que acababa de pasar había sido mi sentencia de muerte.

Abstracción de un amor autodestructivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora