Capítulo 3

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Dallas  se  sentó  en  el  autobús  con  su  bolsa  de  ropa  y  la  pequeña  bolsa que   contenía   sus   zapatillas de ballet recién   compradas.  El  asiento   era ligeramente incómodo y cuando apoyó la cabeza en la ventanilla para mirar por el cristal, pensó de nuevo en la noche anterior. Su   madre   apenas   reaccionó cuando le contó  la increíble noticia. Simplemente  se  quedó  allí  de  pie,  rascándose  los  brazos,  esperando  una solución. Dallas intentó ignorarla mientras sus ojos recorrían la habitación en busca de su aguja.

— ¡Mamá! ¿Estás escuchándome siquiera? ¡Me voy a marchar! —Cuando su  madre  aún  no respondió,  Dallas  intentó  hablar  lentamente—.  Mamá,  me dieron la beca. Voy a ir a un internado.

Su madre asintió esta vez.—Bien por ti. Debe haber algo de dinero en mi tocador, puedes cogerlo para un billete de autobús. Sé buena.

Dallas    observó  la  espalda de  su  madre  mientras  se  alejaba,  preguntándose cómo esta cáscara de una mujer había sido una vez su vibrante madre.  Las  drogas  estaban  matándola;  podía  verlo,  pero  no  había  nada  que pudiera hacer. La tarea de Dallas era cuidar de Dallas, y desde ahora esa sería su prioridad.

Desafortunadamente, su emoción le permitió acabar con un cuarto de la botella  de  whiskey  alrededor de la medianoche  después  de  comprar  un  billete de autobús. Perdió el conocimiento, como de costumbre, y tuvo la suerte de que había  dos autobuses  que  se  dirigían  a  Connecticut  ese  día,  ya  que  se  había quedado  dormida  y  había  perdido  el  suyo.  La  mujer  de  la  taquilla  había  sido agradable  y  cambió  su  billete  sin  coste  extra,  a  pesar  de  que  se  suponía  que tenía que pagar un extra de veinte dólares por su asiento sin utilizar.

Supuso que las estropeadas ropas y la ausencia de mucho equipaje permitieron que la mujer creyera que su situación era bastante desesperada, lo cual era. No había habido  mucho  dinero  en  el  tocador,  y  después  de  que  hubiera  pagado  por  el billete, a Dallas sólo le quedaban alrededor de diez dólares de su madre. Tenía cincuenta  propios.  Esperaba  que  le  suministraran  las  cosas  en  la  escuela,  o posiblemente   podría   encontrar   un   empleo   para   ayudar   a   mantener   sus necesidades.  Otra  escuela  solo  significaba  más  gente  mirando  su  aspecto descuidado.

No le  importaba  comprar  ropa  de  segunda  mano,  pero  sabía  que tendría que encontrar algunas mejores con el fin de encajar.

Agarró  su  bolso  con  fuerza  mientras  el  autobús  salía  de  la  estación  y pensó en el largo viaje por delante. Un par de maestros de la escuela le habían dicho que la echarían de menos, y una chica, que era una especia de amiga de Dallas, le había dado un abrazo justo antes de que dejara la escuela. Era una sensación  extraña  estar  marchándose  por  su  cuenta,  pero  sabía  que  era  la única forma que tenía para llegar a tener éxito.

Casi  dos  días  más  tarde,  llegó  a  la  pequeña  estación  de  autobuses  en Cape Haven, Connecticut. El aire era fresco y tiró de la capucha de su sudadera alrededor  de  su  rostro.  Vio  a  un  hombre  vestido  de  negro  con  un  cartel  que tenía su nombre y se acercó lentamente.

Él  le  sonrió  mientras  se  acercaba. —Dallas  Tanner,  supongo —dijo  sin perder nunca su sonrisa.

Asintió lentamente y él se ofreció a coger su equipaje. Le dio la bolsa que contenía  todas  sus pertenencias,  pero  mantuvo  su  equipo  de  danza  sobre  su hombro. Se preguntó si se dio cuenta de lo pesada que era su bolsa de ropa. El contenedor en el que llevaba sus zapatos de danza de repente se convirtió en un salvavidas, lo único que la ataba a este nuevo lugar y a esta nueva vida. Lo  siguió  hasta  el  oscuro  coche,  donde  él  le  abrió  la  puerta  y  ella  se deslizó  en  el  interior,  cruzando  los  asientos  de  cuero.  No  podía  recordar  un momento en su vida en el que hubiera estado en un coche tan agradable, pero bajó la ventanilla a fin de fijarse en su nueva ubicación en lugar de disfrutar su exuberancia. 

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