Prólogo parte 4:

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Salió apresurada de su casa. Debía recoger con antelación a sus dos hermosos hijos del campamento de verano al que iban todas las semanas.

Se montó en el coche y emprendió el camino por las diferentes calles de Bradford hasta el club. Bajó de su coche y caminó por los pasillos de color blanco y amarillo en busca de sus pequeños. Había pasado la clase de salsa, la de ballet, la de pintura y la de música hasta que llegó a la de kárate, envuelta en colchonetas de color azul y el suelo completamente cubierto por el tatami. Estaba repleta de niños y niñas que se golpeaban con avidez, entre ellos pudo divisar a un niño moreno y de cabello negro con sus oscuros y penetrantes ojos lanzándole su pierna al pecho a un chico, el cual  cayó desprevenido tocándose en la parte golpeada donde ya sentía un dolor palpable. Se acercó a la instructora y comenzó a hablar con ella:

-Hola, señora Salmont. - La profesora de Kárate , vestida con un quimono blanco sujeto por un cinturón, observaba atenta los movimientos de los niños. Se giró a verla con una sonrisa y saludó.

-Buen día Bryanna ¿Cómo te va?

-Bien, muy bien la verdad.

-Me alegro, ¿y qué te trae por aquí tan pronto? aún no es la hora de la salida, falta una hora y media.

-Lo sé, es que hoy debo retirar a Brandom antes.- Dirigió su mirada hacia él, estaba tan guapo con su quimono y su cinturón rojo. Debía aclarar que pronto su pequeño iba a presentarse para obtener el siguiente cinturón, el "Negro". Y podía resultar algo extraño pero al parecer, el kárate era su pasión y no le costaba mucho aprenderlo, aunque aún le faltaba práctica y más disciplina, ya había ganado varios campeonatos. Era su pequeño campeón y se sentía orgullosa de que fuese su hijo.

-Oh, en ese caso ¡Brandom!- llamó la atención del chico que fijó su vista mientras su compañero caía al suelo tras haber sido víctima de su llave.- Tu madre tiene que recogerte ahora, así que cámbiate y coge tus cosas.- El niño de ocho años asintió, y corriendo le dio la mano a su contrincante, saliendo finalmente al vestuario.

-¿Puedo preguntar el motivo? Si no es molestia.- Le cuestionó la profesional de manera desinteresada.

- Esta noche el socio de mi jefe hará una fiesta y debo asistir junto a él, tendré que llevar a los niños pero bueno, al parecer no serán mucho estorbo porque hay varias madres que llevarán a los suyos también, así que... me llevo a los míos. Es que ya sabes que odio dejarlos con una niñera.

- Cierto, ya me lo habías dicho alguna que otra vez.- En ese momento su pequeño salió del vestuario con sus cosas y corrió de vuelta a abrazarla. Ella le acarició la cabeza y le dio un beso.

-Bueno, nos vamos.

-Hasta la semana que viene ¿cierto?- Madre e hijo asintieron y se despidieron de la instructora.

Los dos caminaban por la extensión de pasillos cada uno inverso en sus pensamientos. Mientras que el pequeño Brandom pensaba el motivo de tal salida de clase, su madre pensaba en el padre de sus hijos. Por alguna extraña razón esa noche había soñado con él, con Zayn. Sus hijos y él se abrazaban riendo, también aparecía su novia actual, la rubia de aquella banda de chicas, y ella, pero sin embargo Bryanna parecía más un fantasma que alguien presente pues nadie parecía notarla. Despertó sobresaltada y llorando con el miedo de que su sueño se cumpliera, amaba a sus hijos y no iba a permitir que se los arrebataran.

La ruptura con Zayn fue bastante dolorosa, sobre todo porque para poder irse le tuvo que mentir de la peor manera que para él existía. Zayn se encontraba a punto de hacer su sueño realidad junto a su nueva banda, las pruebas individuales no resultaron pero al juntarlo en un grupo y ser cogidos en el programa, todo iba viento en popa y eso le hacía feliz. Sin embargo el día que se enteró que estaba embarazada de su novio, la visión sobre aquello cambió. Ella decidida, viajó a Londres y se alojó una noche en un hotel cercano a donde Zayn se hospedaba. Ese día le visitó y le contó que lo había engañado y que tenían que dejarlo. Él parecía decepcionado y eso le rompió en mil pedazos el corazón. Lo que ella esperaba que ocurriera, ese enfado al que tanto temía afrontar nunca llegó sin embargo aquella mirada de decepción fue incluso mucho peor, lo que la impulsó a correr de noche por las lluviosas calles de Londres, intentando limpiar su alma de tristeza con las gotas de agua que caían a raudales. Cuando llegó al hotel todo había cambiado, pues se encontraba siendo madre soltera a los dieciséis años.

Una extraña situación. Nuestros hijos: (PAUSADA Y EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora