V.

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ALMA MÍA. NATALIA LAFOURCADE FT. LOS MACORINOS

"Déjame que esparza manzanas en tu sexo
néctares de mango
carne de fresas.
Tu cuerpo son todas las frutas.
Te abrazo y corren las mandarinas;
te beso y todas las uvas sueltan
el vino oculto de su corazón sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
el zumo dulce de las naranjas
y en tus piernas el promegranate
esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos de agua
que sudan en tus poros:
Mi hombre de limones y duraznos,
dame a beber fuentes de melocotones
y bananos racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme."
Rainer Maria Rilke.

"Rainer Maria Rilke

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La Tormenta.

No quito mis ojos de su rostro, uno que a decir verdad no expresa casi nada.

Es una mujer extraña, de esas que saben cómo esconder lo que piensan pero que estás seguro que en su cabeza se deben cocinar un millón de ideas. No sé si buenas o malas.

Lo real es que está pensando..., y mucho.

Preparado para que me diga una sarta de improperios, cruzo los brazos, cuadro mejor mi torso —en señal de defensa— y acaricio mi mentón en espera de su respuesta, pero como no llega, repito la pregunta:

—¿Cuáles son todas esas cosas que desea hablar conmigo, señorita Riviera?

Asiente meditabunda. Ahora la conexión visual se rompe porque ella de nuevo le echa una ojeada a las inmediaciones del local. Parece que le atrae. Eso quiere decir que tenemos un punto agregado a la paz, mas no estoy seguro de esos que se suman a vivir en una guerra.

—Tengo tantas cosas que decirle que ni sé por dónde empezar... —su voz es firme. Imponente, de esas que no titubean o le temen a nada. Un tono vocal femenino, atrayente y que hasta se podría decir embriagante. No le quiebra ni un solo segundo el temple con el que expresa cada una de sus palabras. Posee un carácter fuerte, de eso no queda ninguna duda.

—Pues empiece por donde quiera, así se va quitando peso de encima.

—No me gusta el sarcasmo, chef. Lo detesto —Una vez más está frente a mí, aniquilándome con sus ojos color avellana profundos. No me intimida, pero si llama mucho mi atención la forma tan jodida que tiene de expresarse.— Voy a ser muy sincera con usted, y le agradecería que la sinceridad fuese recíproca a la hora de responder a mis preguntas.

—Depende de aquello que vaya a preguntar —interrumpo con rapidez. No pienso decir sino estrictamente lo necesario. Ni más, ni menos.

—Bien, supongo que tendré que conformarme con eso... —silencio de nuevo—. ¿Qué le ha dicho mi padre de mí?

Entre Fresas y ChocolatesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora