[ 𝘿𝙄𝙀𝙕 ]

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La puerta se abrió lentamente, el castaño se volteó en la cama dirigiendo la vista en aquella dirección, pero no logró ver a nadie. Le pareció un poco extraño, así que decidió levantarse y quitar las mantas de su cuerpo. Salió al corredor encontrándose con todas las luces de la mansión apagadas, no recordaba que el rubio las hubiera apagado antes de encerrarlo en la habitación.

—Minho —se asomó a la sala.

El lugar se hallaba en completo silencio y caminó un largo trayecto hasta llegar a la cocina. Todas las alacenas estaban abiertas y vacías incluyendo los cajones de la encimera y la nevera.

—¡Minho! —gritó intentando recibir una respuesta, pero fue en vano.

Recorrió la residencia en busca del rubio y el pequeño que lo acompañaba, ellos seguían sin aparecer. De repente, pudo escuchar el ruido de sirenas y todo a su alrededor se iluminó de rojo y azul. Se escondió detrás de una columna cuando la puerta de la entrada se abrió, sin embargo volvió a cerrarse sin que alguien entrara a la casa y se mantuvo en medio del corredor tratando de hallar una explicación.

Observó la alfombra y vio que una gran mancha roja se extendía debajo de sus pies descalzos. Se dio la vuelta sintiendo que el corazón iba a salirle del pecho por la intensidad de sus latidos y pudo ver cintas amarillas rodeando los pilares de la mansión. Corrió guiándose por las huellas rojas que se encontraban en cada una de las paredes y se detuvo delante de la puerta del dormitorio de Minho.

El castaño se adentró en la habitación llevando la mirada hacia la cama, dos cuerpos estaban cubiertos por una sábana de color negro. Caminó a paso lento y tomó el borde de la tela, para luego tirar de ella con fuerza arrojándola al suelo. Ellos se hallaban sobre el colchón repletos de golpes y cortes, la sangre brotaba de las heridas y había una nota sobre el pecho del rubio; “Ya encontraste suficiente, Han Jisung”.

Sintió un dolor punzante atravesarle la garganta, llevó una mano a su cuello y estas comenzaron a humedecerse. Tosió sintiendo que se ahogaba y vio la sangre esparcirse por todas partes, cayó al suelo de rodillas arrastrándose hacia la puerta intentando pedir ayuda. Unos zapatos negros aparecieron delante de sus ojos y levantó la vista encontrándose con esos hombres.

Logró soltar un grito y abrió los ojos sentándose en la cama, un momento después la puerta se abrió y el rubio entró rápidamente apuntando con un arma. Jisung lo miró asustado tomando una almohada y cubriéndose con ella, a pesar de que fuera una tontería.

—¡Maldita sea! —bajó la pistola— No vuelvas a gritar de esa manera, pensé que alguien había entrado.

—Sólo tuve una pesadilla —dijo apenado—. No quise asustarte, lo siento.

—Está bien, aunque de todas formas venía a despertarte —caminó hacia el armario para sacar algo de ropa—. Te estaremos esperando en la cocina para desayunar y luego, llevaremos al pequeño a su control de rutina.

—¿Y por qué debo ir con ustedes? —preguntó saliendo de la cama.

—No puedo dejarte solo, ya nos metiste en demasiados problemas y no necesitamos más —suspiró cruzándose de brazos—. Así que deja de quejarte y haz lo que te digo.

—Bien —bufó poniendo los ojos en blanco.

Finalmente, el rubio subió al coche y se volteó para observar a los dos chicos que se hallaban en el asiento trasero. Se había encargado de ponerles la pulsera con el rastreador a cada uno y también le dio unos cuantos sermones a Jisung para que se comportara como debía. El viaje hacia la clínica era bastante largo y después de unos treinta minutos pudo ver por el espejo retrovisor que el moreno se había quedado dormido apoyando la cabeza en el hombro de su acompañante.

𝙋𝙀𝙍𝘿𝙊𝙉𝘼𝙈𝙀, 𝙅𝙄𝙎𝙐𝙉𝙂 / 𝙈𝙄𝙉𝙎𝙐𝙉𝙂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora