[ 𝙏𝙍𝙀𝙎 ]

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Jisung dejó su maletín caer en el piso después de cerrar la puerta con llave, recorrió el departamento hasta llegar a la habitación y se dejó caer en la cama. Sentía un nudo en la garganta y presión en el pecho, abrazó su almohada intentando calmarse pero la ansiedad iba en aumento. Ya no estaba a salvo y no sabía cómo seguir después de lo que había sucedido.

Tomó los auriculares que se hallaban en la mesa de noche pensando en que quizás la música lo ayudaría un poco, sin embargo otro pensamiento invadió su mente... ¿Y si lo estaban vigilando? Podría distraerse escuchando una canción y dejar que ellos entraran sin siquiera notarlo, sería una presa fácil para aquellos sicarios.

El castaño se puso de pie y comenzó a revisar cada rincón del lugar en busca de cámaras o micrófonos ocultos, volteó las macetas, abrió las almohadas, arrancó los empapelados, quitó los cuadros y destruyó parte de su hogar sin resultado alguno. Después de dos horas finalmente se sentó a descansar en el sofá, observó la pantalla de su móvil y se percató de que ya eran las seis de la mañana. Llevó su vista al desastre que había hecho y se cubrió el rostro con las manos suspirando frustrado, tendría que limpiarlo más tarde.

Se dirigió hacia la cocina y preparó su desayuno, debía ir a la estación y hacerse cargo de la investigación antes de que alguien más lo hiciera, pero ni bien apoyó sus codos en la mesa se quedó dormido delante del tazón con cereales.

[...]

Minho despertó al sentir la vibración del móvil en el bolsillo de su pantalón, lo sacó rápidamente y vio que se trataba de una llamada que había estado esperando. Se levantó del escritorio y se acercó a la puerta para cerrarla con llave antes de contestar, no quería arriesgarse a que lo escucharan.

—Changbin.

—Recibí las fotografías que me enviaste y pude identificar a dos hombres de ese grupo —dijo al otro lado de la línea uno de los guardaespaldas más confiables de su amigo Chan.

—Necesito sus nombres —regresó a su escritorio y tomó una libreta junto a una lapicera.

—Nunca cruzamos palabras y sólo los conozco por haberlos visto alguna vez —admitió—, así que lo único que puedo decirte es que trabajan para los alemanes.

—¿Estás seguro? —preguntó insistente.

—Siento no poder darte más información —suspiró.

—No te preocupes, pero necesito que esto quede entre tú y yo —se sentó al borde de la cama—. Chan no puede enterarse de esto, él confía ciegamente en ellos.

—No diré nada —respondió—, nunca me agradaron esos alemanes.

—Tú no confías en nadie —rió viendo el techo de la habitación.

—Eso es mentira... Confío en ti.

—Parece que alguien me extraña demasiado —bromeó—, y eso que sólo llevas una semana de vacaciones.

—Estoy disfrutando de no verte la cara todas las mañanas —soltó una carcajada—. Tú eres el que me extraña, pero lamentablemente debo dejarte antes de que te pongas más sentimental.

—No regreses, anciano —colgó la llamada.

Observó la hora en el reloj de su muñeca, apenas eran las siete de la mañana y aunque quisiera no podía permitirse dormir un poco más. Tomó una ducha rápida para luego salir de la habitación, los pasillos de la mansión se encontraban en silencio y como era de esperarse, ya que el moreno no suele abrir los ojos hasta el mediodía. Caminó hacia la cocina y se preparó una taza de café, tenía que pensar su siguiente movimiento.

𝙋𝙀𝙍𝘿𝙊𝙉𝘼𝙈𝙀, 𝙅𝙄𝙎𝙐𝙉𝙂 / 𝙈𝙄𝙉𝙎𝙐𝙉𝙂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora