[ 𝙏𝙍𝙀𝘾𝙀 ]

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Chan despertó al sentir que su cuerpo golpeaba una superficie plana; sus ojos seguían vendados y pudo percatarse, por el ruido del motor, de que se hallaba en el interior de un maletero. Se frotó la mejilla con la alfombra del suelo intentando quitar la cinta adhesiva que lo mantenía amordazado; después de unos minutos, logró hacerlo. No podía negar que estaba asustado, ya que, a pesar de que su padre siempre había estado metido en negocios peligrosos, él jamás había sido víctima de un secuestro.

Comenzó a patear con todas sus fuerzas las paredes de aquel estrecho sitio, tratando de encontrar la localización de las luces traseras; quizás, si lograba sacar una de ellas, sería más fácil llamar la atención de otros vehículos. Sin embargo, el coche se detuvo antes de que pudiera conseguirlo, y el corazón le latió con rapidez al escuchar una de las puertas. Un momento más tarde, el portaequipajes también se abrió.

—¿No puedes mantenerte quieto? —bufó molesto—. Ya casi llegamos a nuestro destino.

—Te daré todo el dinero que quieras —dijo rápidamente—. Libérame y te convertiré en uno de los hombres más ricos de este país.

—Mi vida es más valiosa que cualquier suma que tú puedas ofrecerme —comentó, revisando las ataduras en sus extremidades—. Lo siento, no puedo ayudarte.

—Por favor…

El hombre le metió un pañuelo dentro de la boca y le cubrió los labios nuevamente con cinta, asegurándola alrededor de su cabeza para que no pudiera quitarla. Chan gruñó frustrado y recibió unas palmaditas en el muslo; un trozo de tela se apoyó sobre su nariz, y un aroma embriagador llenó sus fosas nasales.

—Duerme, cariño —le susurró cerca del oído.

Abrió los ojos una vez más, y ahora se encontraba encerrado en una habitación; aunque, en esta ocasión, estaba libre de ataduras o eso pensó hasta que intentó levantarse del piso. Sintió una fuerte presión en el cuello, y algo lo jaló hacia atrás; llevó una mano a su garganta, hallando una cadena que se ceñía firmemente en su piel. Trató de quitarla, a pesar de que sabía que sería en vano, ya que estaba asegurada con un pequeño candado.

Se sentó, dándose por vencido, y apoyó la espalda contra la pared; luego, abrazó sus piernas, intentando consolarse. Estaba completamente aterrado; no dejaba de pensar en las cosas que podrían hacerle, manteniéndolo cautivo en ese lugar. Sólo tenía a dos amigos en los que confiar, pero era consciente de que, últimamente, los había maltratado mucho, y que quizás ninguno de ellos quisiera arriesgarse para tenerlo de regreso.

No quería terminar de esa manera; él era dueño de uno de los clubes más importantes y grandes del país; su apellido era reconocido y temido por todos; sus cuentas bancarias no dejaban de llenarse de dinero, y tenía muchos hombres trabajando a su lado. Aunque eso parecía no importar en este momento, porque se sentía completamente solo.

El ruido de la cerradura lo hizo salir de sus pensamientos, y pudo reconocer una voz a lo lejos, pero no se arriesgó a levantar la vista.

—Tranquilo —sintió unas manos acariciarle las piernas—, estoy aquí contigo.

—¿Cómo pudiste hacerme algo así? —preguntó, tratando de contener las lágrimas que se iban acumulando en sus ojos—. Confié en ti, y me haces esto.

—Channie.

El alemán pasó las manos por el cabello del moreno; este lo observó detenidamente, dándose cuenta de que tenía cortes y moretones en el rostro, y sus muñecas estaban unidas con unas esposas.

—Pensé que…

—Nunca intentaría mantenerte a mi lado en contra de tu voluntad —lo tomó de las mejillas—, y lamento mucho haberte hecho pensar lo contrario.

𝙋𝙀𝙍𝘿𝙊𝙉𝘼𝙈𝙀, 𝙅𝙄𝙎𝙐𝙉𝙂 / 𝙈𝙄𝙉𝙎𝙐𝙉𝙂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora