3: Recuerdos de la infancia, caras nuevas y una cena incómoda.

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[...Brian recorre cada milímetro de la imagen con la mirada, tratando de reconocer esos dos rostros que le resultan extrañamente familiares, como si ya los hubiese visto antes. De hecho, está tan concentrado y absorto que ignora completamente el hecho de que hace unos cinco minutos que Pinkly dejó de ser su única compañía dentro de la casa...]

Ana y Eli atraviesan el recibidor entre risas, cargadas hasta arriba de bolsas y más felices que nunca. Después de haber pasado el día en el centro comercial, disfrutado de una deliciosa hamburguesa en su restaurante favorito y poniéndose al día de absolutamente todo lo sucedido en sus vidas durante estos últimos dos años, las dos amigas hacen por fin su aparición en la cocina, que sigue tan vacía y muerta como ellas mismas la dejaron apenas horas antes. Eli deja las bolsas sobre la enorme mesa de madera con un suspiro largo y clava sus ojos en Ana, que se deja caer en una de las sillas, tan exhausta como ella- ¿Un vino? 

La muchacha de pelo castaño sacude la cabeza y ríe, arqueando una ceja después- ¿Tarde de chicas? 

Eli, riendo también, pone los ojos en blanco y habla mientras camina hacia la nevera, saca una copa de vino y se dispone a verter el líquido granate en dos copas de cristal que extrae de uno de los armarios empotrados sobre la encimera- Más bien noche de señoras, ya estamos demasiado viejas para el vodka... 

Annie agarra la copa que le tiende su amiga y se la lleva a los labios dispuesta a darle un trago. Sin embargo, justo antes de hacerlo, clava sus verdísimos ojos color esmeralda en Eli y arquea una ceja- Tienes veintiséis años.

Eli pone los ojos en blanco, apoyada en la encimera con la copa en la mano y mirando a su amiga desde ahí- Tiinis vintisiis iñis... -Repite en tono burlón y falsamente dramático- Claro, para ti es muy fácil decirlo, que aún eres joven... -Ríe, coreada por Ana, que no da crédito a lo que oye- Eli, solo tengo dos años men--¡No me repliques, mujer! -Exclama la morena tras darle un trago a su vino, riendo de nuevo y arrancando también las carcajadas de su amiga. Tras exhalar un suspiro exageradamente dramático, pierde su mirada en la ventana de la cocina- Se me acerca la edad de quedarme en casa los sábados por la noche viendo comedias románticas mientras me pinto las uñas y pido comida china a domicilio... -Dice, continuando con su teatrillo y reprimiendo magistralmente sus carcajadas. Al notar la mirada de Ana clavada en ella, Eli dirige sus ojos oscuros en dirección a su amiga y se la encuentra de lleno mirándola con una media sonrisa cabrona y una ceja arqueada, con esa expresión que con los años ha llegado a conocer tan bien, tan característica de Annie cuando planea alguna trastada. Interrogante pero expectante, la morena frunce ligeramente el ceño, sonriendo de medio lado- ¿Qué? 

Ana le contesta en tono travieso y sin variar su expresión ni un ápice- ¿Pedimos comida china...? 

Entonces Eli amplía su sonrisa, arqueando también una ceja- ¿Nos pintamos las uñas...? 

Ambas se quedan mirándose en silencio durante unos segundos y finalmente rompen a reír como dos niñas pequeñas que han logrado llevar acabo una travesura sin ser descubiertas. Sin pensárselo dos veces, la chica de ojos claros posa su copa sobre la mesa y se pone de pie, hablando mientras camina hacia la puerta de la cocina- Creo que tengo esmalte rojo arriba... 

Aun apoyada en la encimera y con una sonrisa amplia dibujada en sus labios, Eli alza la voz para que su amiga pueda escucharla ahora que ha desaparecido pasillo adelante- ¡Cuanto más rojo putón mejor! -Ríe para sí, suspirando después. Le da un trago a su copa y vuelve a perder sus ojos oscuros en la ventana, a través de la cual puede observar los últimos rayos de sol alumbrando el jardín con sus tonos dorados y melancólicos. La sombra de una sonrisa tan nostálgica como la luz de la tarde parece negarse a abandonar sus labios, y lo cierto es que son momentos como ese los que le hacen darse cuenta de lo mucho que realmente había echado de menos a Ana. Esa condenada siempre tiene la asombrosa capacidad de sacar a la niña traviesa que lleva dentro, con esos ojos verdes grandes y llenos de vida y esa media sonrisa suya tan traviesa que parece mantenerse ajena al paso de los años. Cuando iban al instituto siempre solían andar metidas en líos, y todos esos líos casi siempre solían ser culpa de Ana. Ella era quien incitaba a su amiga a saltarse clases, a fumar en los baños o a robar comida de la cafetería para después ir a comerla al parque que había junto al instituto. Echa de menos su infancia junto a ella en Seattle, la ciudad que las vio crecer y que, desgraciadamente, también tuvo que ver cómo separaban sus caminos cuando les llegó el momento de empezar la universidad. Ana se mudó a Atlanta para estudiar periodismo y ella se trasladó a California para sacarse la carrera de turismo, pero a pesar de todo, a pesar de la cantidad de años que vivieron separadas, siempre encontraron un hueco para verse en vacaciones o fines de semana largos, y a veces el hecho de no haberla perdido después de tantos años y de seguir entendiéndose con ella con tan solo una mirada como lleva siendo desde el primer día hace a Eli pensar que con total seguridad Ana es su mejor amiga, la única persona que de seguro estará en su vida siempre, y con la que podrá contar para lo que sea por disparatado que suene.

Welcome to the FamilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora