[...Movida por toda la rabia que se almacena en su interior, Ana decide tomar la que posiblemente sea la decisión más precipitada de su vida, a pesar de que no parece importarle en absoluto. Endureciendo su gesto, enfriando su mirada y apretando ligeramente la mandíbula, se levanta del suelo y camina hacia el armario con paso decidido, abriéndolo y sacando de su interior un par de pantalones y dos camisetas que se apresura a meter a presión en su vieja mochila de tela vaquera. Opera sumida en un absoluto y tenso silencio, con un único pensamiento fijado en su cabeza mientras dos nuevas lágrimas recorren sus congestionadas mejillas: no pienso seguir aguantando esto...]
La mirada oscura de Brian se mantiene clavada en la ventana, y a pesar de la escasa iluminación de la sala, sus ojos color chocolate son capaces de atravesar el grueso cristal del mismo modo que atravesaron el alma de Ana y percibir las sombras del jardín, el contorno de la acera y de las casas vecinas e incluso las gotas de lluvia a través de la luz anaranjada de los farolillos que custodian el caminito de piedras que conduce a la puerta principal. El corazón le palpita con tanta fuerza dentro del pecho que el sonido sordo de sus latidos se convierte por un momento en lo único que puede escuchar dentro de su cabeza, entremezclándose con el ritmo de su respiración desacompasada y con el incomodísimo tic tac del reloj que, a pesar de su pequeño tamaño, es capaz de inundar por completo la sala, volviendo loco a cualquiera que no tenga la paciencia suficiente para aguantarlo durante más de cinco minutos seguidos. Brian lo odia, siempre lo ha odiado, pero ahora mismo se ha convertido para él en una especie de alivio, una innegable distracción que le permite desviar su atención del ruido de sus propios pensamientos. No esperaba perder los estribos de esa forma, pero a decir verdad, tampoco se arrepiente lo más mínimo. Esa es su habitación, su espacio personal, el único lugar en el que realmente puede desconectar de todo y de todos, y esa era su guitarra, una guitarra a la que en muchas ocasiones ha cuidado más que a sí mismo. En su día prohibió expresamente al resto de ocupantes de la casa que entrasen ahí y desde entonces todos han cumplido su petición a rajatabla, con lo que el hecho de que Ana entrase no fue solo un acto de curiosidad sino también de desobediencia. Se ha saltado sus normas, y eso es algo que no está dispuesto a permitir. No a ella.
Sin embargo, hay algo que le inquieta más de lo que le gustaría, y es precisamente el hecho de que es perfectamente consciente de que no era a Annie a quien estaba gritándole. No era a ella a quien estaba echando en cara su odio, ni a quien estaba prácticamente obligando a irse, ni a quien pretendía dirigir todas las flechas envenenadas de sus palabras. No era a esos dos enormes ojos color esmeralda a los que quería hacer llorar, ni era su voz la que quería oír romperse.
Michelle.
A quién quiere engañar, siempre fue el foco de sus frustraciones y esta vez no iba a ser diferente. Mientras sus palabras se clavaban como puñales en el alma de la muchacha, lo único que Brian podía ver ante sus ojos era el rostro de su chica, el rostro de la única mujer por la que hasta ahora ha llegado a sentir lo más parecido al aprecio, al afecto, la única persona en cuyos brazos logró llegar a sentirse seguro, a sentirse incluso... querido. Con ella siempre había sido muy fácil, desde el primer día que durmió en su casa y llegó a prometerle que pronto vivirían juntos hasta la última vez que ella le llamó, gritándole desesperada al auricular del teléfono por haberle descubierto una nueva infidelidad. Nada de eso importaba, porque Brian sabía perfectamente que ella jamás cumplía su palabra, y que por mucho que le odiase en un momento dado nunca iba a resistirse a uno de esos enormes ramos de carísimas rosas rojas con las que él solía presentarse en su puerta al día siguiente de cada discusión. Unos cuantos gritos más, algunas lágrimas -siempre por parte de ella, claro-, palabras de disculpa que terminaban, a la larga, cayendo en saco roto, y el mar volvía a estar en calma hasta la siguiente pelea, y así eternamente. Sin embargo, esta vez es diferente. Esta vez algo le dice que las tornas han cambiado, pues ni siquiera tiene ganas de gastarse un solo céntimo en un maldito ramo de flores que haga las veces de ofrenda de paz. No tiene ganas de verla, de escuchar su voz... Ni siquiera le apetece tener que aguantar ningún tipo de explicación. Sabe perfectamente lo que vio al abrir la puerta del apartamento de su chica con la llave que ella misma le dio hace incluso menos de un año, y también sabe que si nunca había llegado realmente a sentirse herido por ninguna de las rumoreadas infidelidades anteriores de la muchacha rubia, ahora algo dentro de él ha cambiado. Por primera vez no tiene intención alguna de llamarla para disculparse por haber destrozado de una patada su jarrón chino favorito en su camino a la puerta cuando la vio dormida sobre el pecho de Christopher Jacobson, sino que lo único que desea -y lo desea con toda su alma- es destrozar cualquier cosa que pueda atarle mínimamente a ella, deshacerse de cualquier recuerdo, borrarla de su mente a pesar de que es consciente de lo difícil que eso sería. Le encantaría volver al apartamento, partirle la cara a su acompañante y, por una vez, ser él quien grite, y eso es precisamente lo que acaba de hacerle a Ana, descargando su odio y su rabia con tanta fuerza que incluso sus cuerdas vocales parecen haberse resentido. El rostro pálido y delicado de la joven de pelo castaño se convirtió por un momento y frente a los incandescentes ojos negros del muchacho en el de la primera persona que se ha atrevido a disparar a su ego con una bala de cañón, en el de la primera y última mujer a la que ha amado, en el rostro del único hogar que tenía y al que ya no piensa regresar.
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Welcome to the Family
FanfictionCuando Ana O'Donell decidió hacerle una visita a su mejor amiga durante los meses de verano, lo que menos se esperaba era toparse cara a cara con cinco desconocidos que entrarán en su vida y la pondrán patas arriba por completo.